LOS NADIE
"Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadie con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca. Ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadie la llamen, aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho,o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadie: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadie: los ningunos,
los ninguneados, corriendo la liebre,
muriendo la vida, jodidos, rejodidos.
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadie, que cuestan menos que la bala que los mata."
(Eduardo Galeano)"El libro de los abrazos".
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lunes, 27 de agosto de 2012
jueves, 16 de agosto de 2012
Cine
El cine nos ha dejado la costumbre de imaginar con música las cosas importantes. Lo menos que esperamos cuando nos persiguen, o cuando se resuelve un romance muy esperado, o cuando estamos robando diamantes en una joyería es que nuestra acción venga acentuada con la música que le corresponde. Una persecución sin música resulta siempre decepcionante, se trata de una acción despojada de los tuttis orquestales que le tocan por naturaleza.
Hace unos años, los expertos en los asuntos del cielo, auxiliados por una sofisticada máquina rastreadora, descubrieron que en la gran maraña del universo todavía se oye el ruido que produjo, hace miles de millones de años, el Big-Bang, la gran explosión, con todo y su tutti mineral, que inauguró el origen de todo.
Pero la música que acompaña a las cosas importantes, no es patrimonio exclusivo del cine; hay veces que la realidad, seguramente plagiando al cine, le pone música a sus momentos de desastre.
En 1992, el multimillonario francés Pierre Druón, alquiló un tren de alta velocidad completo, para celebrar a bordo su cumpleaños 64. La idea era viajar de París, en donde tenía fincado su imperio, a Hendaya, su lugar de nacimiento, ubicado en el extremo sur, en la frontera con España. Un gran banquete y una orquesta iban dándole aspecto de fiesta a ese tren nocturno. En determinado momento trágico, el tren perdió los rieles y fue a dar al fondo de una barranca. El saldo de víctimas fue altísimo. Uno de los pocos sobrevivientes comentó a la prensa francesa que monsieur Druón, el multimillonario, oía Whein I'm Sixti-Four de los Beatles, en la versión de su orquesta alquilada, cuando sobrevino el descarrilamiento.
El accidente que se llevó la vida de James Dean, el lengendario actor, fue uno de esos desastres con música. Michael Ivory, vecino del sitio de la tragedia, había salido de su casa con el ánimo de estirar las piernas, cuando vio volar un auto fuera de control. El silencio que vino después del impacto fue llenado, según la confesión tardía que hizo ante la corte en 1995, por la canción Baby Let's Play House, que salía por las bocinas del radio en la voz de Elvis Presley. Michael Ivory interrumpió su terapia de estirar las piernas y corrió a su casa para llamar una ambulancia. Fue hasta el día siguiente que se enteró de que el piloto era James Dean. La banda sonora de la tragedia le dejó una muesca en la memoria, nunca, desde aquel día, ha querido volver a oír Baby Let's Play House.
Otro tragedión que la realidad se encargó de musicalizar, fue la hazaña fugaz de Rick Fermosello: un deportista canadiense que en junio de 1986 decidió practicar esa suerte demencial de lanzarse por las cataratas del Niágara, sin más protección que un barril. La hazaña de Rick tenía como particularidad un walkman apretado entre el estómago y el traje de baño, que iría reproduciendo durante la caída, la canción Jumpin'Jack Flash de los Rolling Stones. Pretendía quedar registrado en la historia como el primer hombre que se lanzaba en el barril, oyendo esa canción en particular. El barril, la vida y el walkman de Rick, tuvieron el final desconsolador de acabar contra unas piedras. Nadie pudo comprobar si el atleta cumplió con la parte musical de aquella hazaña malograda.
Pero la tragedia con música más sorprendente fue la ocurrida en 1943, durante el hundimiento del Oceanic Bird, un trasatlántico enorme que desapareció sin dejar rastro. 40 años después, un grupo de investigadores marinos dio con los restos del Oceanic, que descansaban a 79 metros de profundidad, en un fondo cerca de las Azores. Las labores de rescate de piezas útiles duraron varios meses. Se recuperaron vajillas, instrumentos de navegación, un baúl con vestuario de la época y el cuerpo deteriorado de un músico, que fue extendido en la mesa del barco investigador, para su examen. Era un esqueleto de adulto con la ropa hecha jirones, que tenía dos características: conservaba dentro del tórax una masa de plancton marino y además sostenía, entre los huesos de la mano, una trompeta. El médico de a bordo se puso a examinar el cuerpo, mientras sus colegas completaban otros menesteres. Liberó la trompeta de esos dedos que prometían acompañarla toda la eternidad y posteriormente aplicó el bisturí en la masa que llenaba el tórax. En cuanto el plancton se rompió, asegura el doctor Hazel, liberó algunos compases de la melodía Just One of Those Things, que seguramente tocaba la orquesta en el momento del desastre. Nadie creyó en el testimonio de Hazel, y él decidió no insistir, era la cosa más extraña que le había sucedido.
Humo en los ojos
En una fotografía que pertenece al Museo Metropolitano de Nueva York aparece Lola Montez, célebre feminista del siglo pasado, sosteniendo con una displicencia cercana al desmayo, un cigarro que era un mensaje y una provocación. Una mujer fumando en 1850, el año de esta imagen, significaba una afrenta contra las buenas costumbres, la sexualidad y, en un descuido, el orden del universo. La idea de alterar el equilibrio social por la simple yuxtaposición de ser mujer y fumar, fue propuesta en realidad por George Sand, quien a su vez copió de Montez la costumbre de salir a la calle vestida con traje sastre negro. Montez y Sand ganaron la batalla; a principios del siguiente siglo, el nuestro, las mujeres se volvieron doblemente atractivas por la misma yuxtaposición de ser mujeres y fumar.
Muchos años antes, en 1627, Johann Joachim von Rusdorff, embajador de las orillas del Rhin y poseedor de un nombre que debiera mejor ladrarse, informaba en sus elucubraciones diplomáticas sobre el acto de fumar recién importado de América y lo calificaba, luego de condenarlo rabiosamente, como "la borrachera de nubes''. En 1658, el escritor y predicador jesuita Jakob Balde lo bautizo como "la ebriedad seca''. Ese extraño proceso de jalar humo por el extremo de un tubito que arde en el otro extremo y luego echar el mismo humo por nariz y boca debe haber sido impresionante en aquella época donde los placeres más bien se bebían.
En un capítulo de sus memorias, Luis Buñuel habla de los placeres del mundo, porque de los placeres del otro mundo ya se había ocupado Nazarín, su personaje. En esas páginas por donde desfila lo que se bebe, lo que se fuma, lo que se come y lo que se palpa, aparece desde luego su cariño entrañable por la ginebra, que iba desde el Martini con su receta especial, hasta la ginebra a pelo, disimulada en una bolsa de papel de estraza que bebía en la sala de abordar de algún aeropuerto, con los ojos fijos en cualquier parte y su maleta de mano entre las piernas. El cineasta practicaba este ritual solitario para quitarse el miedo que produce el volar en un aparato que va tripulado por un desconocido.
Buñuel, por una parte disimulaba su botella de ginebra y, por otra, como Lola Montez, exhibía su cigarro y llenaba de humo la sala de abordar. Luego de explicarnos que los extremos del acto del amor deben estar marcados por un trago antes y un cigarro después, Buñuel sostiene que en gran medida, desde su perspectiva de fumador experto, el acto de fumar es un placer visual que empieza desde que se abre la cajetilla y se descubren los cigarros ordenados en dos o tres filas. Luego viene la llama, la calada, el tabaco al rojo y el placer de verse la mano con el cigarro echando humo entre los dedos y la expulsión, por la nariz y por la boca, de esa nube enorme que se estaciona en una esquina de la habitación, de la sala de abordar, de un museo en Nueva York, o que escapa por la ventana rumbo al cielo abierto. Como prueba de todo esto, aseguraba que era incapaz de fumar con los ojos cerrados.
A Buñuel le gustaba fumar y verse fumando; a Lola Montez le gustaba fumar y que la vieran; el embajador de las orillas del Rhin los hubiera odiado.
En ese capítulo dedicado a los placeres, el cineasta confiesa que a su edad, la suficiente para ponerle a su libro "Mi último suspiro", ha perdido todo el gusto por el sexo, anuncia la total desaparición de su instinto sexual, y advierte que si se le apareciera el diablo con la oferta de devolverle su virilidad, le contestaría: "No, muchas gracias, no me interesa; pero fortaléceme el hígado y los pulmones, para que pueda seguir bebiendo y fumando''.
Tres personajes
En 1931, luego de varios intentos, el escritor Dashiell Hammett logró instalarse en Hollywood. Después del éxito de sus libros Cosecha roja y sobre todo de El halcón maltés, que ya se estaba fabricando en cine, recibió una propuesta de la Paramount. David O. Selznick dice en sus memorias: "Hammett ha suscitado un auténtico escándalo en los círculos literarios con la publicación de sus dos libros (...) No está corrompido por el dinero, sino al contrario, deseoso de no atarse de pies y manos en un contrato de larga duración. Tenía la esperanza de que podríamos conseguirlo por unos 400 dólares mensuales, pero se queja de que esto sólo representa la mitad de sus actuales ingresos potenciales''.
Para no desentonar con el mundo de las estrellas, Hammett aderezó su fama de gran escritor alojándose en un hotel carísimo, junto con un séquito de dos hombres negros: Jones, quien laboraba como chofer y valet, y su amante (de Jones, no de Hammett) quien desplegaba sus habilidades en la cocina. Una vez instalado, el escritor dedicó sus esfuerzos a estudiar, y posteriormente a imitar el comportamiento de las figuras cinematográficas en los restaurantes, en los bares, en las recepciones y en los salones de baile. Para empezar concluyó que los calcetines de seda no hacían juego con los trajes de tweed.
Puesto al tanto del ceremonial, Hammett alternaba a El hombre delgado, su siguiente novela, con sus guiones por encargo, que a veces tenía que corregir, aumentar o reescribir, en pleno foro y sobre las rodillas mientras se filmaban las escenas anteriores. En las noches aparecía acompañado de su vistoso chofer, en el Brown Derby o en el Cover Club, listo para derrochar tiempo y fortuna con su banda de escritores, cabareteras y demás público entusiasta de aquellos desfiguros. Con el tiempo las fiestas empezaron a manchar su desempeño de guionista, pero los patrones del estudio tenían que soportarlo porque con todo y sus escándalos era el mejor. Alfred Knopf, su editor, también era víctima de aquellas fiestas; en un telegrama de la época, le escribe: "Me gustaría recibir El hombre delgado durante el día de hoy, lo que te permitiría ajustarte a tu propio calendario. ¿Existe alguna posibilidad de que así sea?''. Hammett recibió este telegrama en abril de 1932, precedido por una larga cauda de otros telegramas similares. Su último plazo para entregar la novela había sido en abril de 1931 y acabó entregándola, cientos de telegramas más tarde, en mayo de 1933.
Aburrido del glamour de Hollywood, Hammett se estableció en Nueva York buscando un poco de vida literaria y ahí trabó amistad con el segundo personaje de esta historia: un caballero sureño de garganta ruda y modales delicados, que le servía de pareja en sus tertulias de a dos que iniciaban recomponiendo la historia de la literatura y terminaban, al cabo de muchos güisquis sureños, en fiestas similares a las de Hollywood. Después de una especialmente borrascosa, aparecieron los dos armando un escándalo en la editorial de Knopf. Hammett se desmayó a media trifulca y cuando iba a ser evacuado a empujones por el editor, fue defendido a güisqui y espada por William Faulkner. Hammett nunca olvido ese gesto heroico.
Faulkner también fue escritor de Hollywood, sus dos mejores guiones, según el tercer personaje de esta historia, son: Tener y no Tener y El sueño eterno, basado en la novela de Raymond Chandler, dirigido por Howard Hawks y estelarizado por Humphrey Bogart. Faulkner tenía que ir a Hollywood cada vez que Hawks lo llamaba porque las regalías de sus libros no le dejaban suficiente dinero. La señora Carpenter, su amante desesperada que nunca había leído un libro suyo y sin embargo quería casarse con tan famoso escritor, decidió ponerle un ultimátum para que dejara a su esposa; le dijo que había conocido a un pianista de fama internacional, que era en realidad un músico de fama local adentro de un burdel, y que tenía la intención de casarse con él, a menos de que Bill (Faulkner) decidiera casarse con ella. El gran caballero del sur, según el tercer personaje de esta historia, le respondió a su amante con esta críptica aprobación: "el amor es hermoso''.
De los 17 guiones que Faulkner escribió para Hollywood, sólo dos fueron aceptados.
El tercer personaje de esta historia coincidía en tres aspectos con Faulkner y con Hammlett. El primero y fundamental era su devoción por el güisqui. El segundo su estatura literaria y el tercero su relación con Hollywood, que el mismo Juan Carlos Onetti escribió así:
"Hace unos meses, en casa de un amigo muy querido, un director de cine me puso las manos en los hombros al despedirse y me dijo: `No me tenga miedo. Nunca estropearé una novela suya. Yo escribo los guiones de mis películas y en caso de estropearlos lo hago con lo que es mío'''
Jordi Soler
martes, 3 de julio de 2012
Gargantua
DE COMO GARGANTUA NACIO
DE UN MODO MUY EXTRAÑO
En tanto estaban en estos coloquios, Gargamelle comenzó a tener dolores. Entonces Grandgousier, que estaba tendido sobre la hierba, se levantó y, pensando que serían los dolores del parto, la consoló cariñosamente, diciéndole que se tumbara en el saucedal, que pronto se le pasarían. También a él le convenía mostrar buen ánimo ante la venida de su angelote; y si bien es cierto que ella sentiría algún dolor, el gozo que luego la invadiría le haría olvidar todas estas molestias, de suerte que no conservaría ni siquiera el recuerdo.
-Nuestro Salvador dice, según el Evangellio de San Juan, XVI: "La mujer, en los dolores del parto, está poseída de tristeza; mas una vez ha dado a luz no recuerda siquiera su angustia".
-Bien dices -repuso Gargamelle-. Prefiero oir esas palabras del Evangelio y me siento mejor que cuando oigo contar la vida de Santa Margarita o cualquier otra beatería.
-¡Miedosa! -replicaba Grandgousier-. Date prisa con éste, que en seguida haremos otro.
-¡Qué poco os cuesta a los hombres decirlo! Bien, ¡pardiez!, seré fuerte, si ése es tu gusto, pero ¡plugiera a Dios que te lo hubieran cortado!
-¿El qué? -inquirió Grandgousler.
-¡No seas necio! Bien sabes a lo que me refiero.
-¿Te refieres a mi miembro? ¡Pardiez! Si así lo quieres, manda traer un cuchillo.
-!NO lo permita Dios! Que El me perdone.. No lo he dicho de corazón, y te pido que no tomes en cuenta mis palabras. Pero si Dios no me echa una mano, presiento que hoy será un duro trance; y todo por culpa de tu miembro, para que te desahogaras a placer.
-¡Valor, valor! -repuso él-. No te inquiietes por lo demás y deja obrar a la naturaleza. Entretanto, voy a despachar unos cuantos tragos. Pero, por si acaso te sintieras mal, no me alejaré mucho; te bastará con gritar un poco y en seguida me tendrás a tu lado.
Al poco rato, Gargamelle empezó a suspirar, a lamentarse y a llorar. Al instante acudió de todos lados un buen número de matronas, las cuales, palpándole la vagina, dieron con algunos trozos de piel bastante maloliente, lo que les indujo a pensar que el niño estaba por llegar. Pero lo que en verdad ocurría era que, en razón al reblandecimiento del intestino recto -al que llamáis tripa cular- se le escapaba el fundamento a consecuencia de haber comido demasiados callos, como ya antes hemos dicho.
Acto seguido, una vieja malcarada de la reunión, que gozaba de gran reputación como curandera y que formaba parte de la comunidad desde que, sesenta anos antes, viniera de Brisepaille, cerca de Saint-Genou, le hizo un astringente tan tremebundo que las membranas de la vagina se contrajeron hasta el punto de que dificilmente habríais podido separarlas con los dientes..., cosa que da miedo pensar; otro tanto hizo el diablo en la misa de San Martín, pues luego de tomar por escrito los chismorreos de dos mujeres galas, estiró a fuerza de dientes su pergamino.

Esta dificultad hizo que se relajaran los cotiledones de la matriz, por los cuales saltó el niño, que penetrando por la vena cava y subiendo luego por el diafragma hasta los hombros, donde dicha vena se divide en dos, tomó el camino de la izquierda y salió por la oreja del mismo lado.
En cuanto hubo nacido, no exclamó como los otros niños: "Migas, migas!" sino que grito con fuerza: "¡A beber, a beber!", como invitando a todo el mundo. Y tales fueron sus gritos, que se le oyó en todo el país de Beusse y de Bibarais.
Dudo que deis credito a tan extraño parto. Y si, en efecto, no lo creéis, no me importa. Mas un hombre de bien, un hombre sensato, debe creer siempre lo que le dicen y lo que ve escrito. ¿Atenta esto contra nuestra ley, nuestra fe, nuestra razón o contra la Sagrada Escritura? Por mi parte, nada hallo en la Santa Biblia que vaya en contra de ello. Pero si esa hubiera sido la voluntad de Dios ¿diríais acaso que no estaba en su poder al hacerlo? Por merced, no turbeis nunca vuestro entendimiento con tan vanos pensamientos, porque yo os digo que nada es imposible para Dios y, si El así lo quisiera, en lo sucesivo todas las mujeres parirían sus hijos por la oreja.

¿No fue Baco engendrado en el muslo de Júpiter?
¿No salió Croquemouche de la pantufla de su nodriza?
¿No nació Minerva de la cabeza y por la oreja de Júpiter, y Adonis por la corteza de un árbol de mirra?
¿No nacieron Cástor y Pólux de la cáscara de un huevo puesto y empollado por Leda?
Pero mucho más admirados y sorprendidos estaríais si os expusiera ahora aquel capítulo de Plinio en que habla de partos raros y contra natura. Pero yo no soy un embustero tan ilustrado como él lo fue. Leed el libro VII de su Historia natural, capítulo III, y no me importunéis más con ello.
François Rabelais, Gargantúa y Pantagruel, 1532 y 1534
viernes, 29 de junio de 2012
Dos breves momentos de Monterroso
El eclipse
Cuando Fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido acepto que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de Los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.
Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de si mismo.
Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.
Entonces floreció en el una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles.
Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo mas intimo, valerse de ese conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.
-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.
Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.
La oveja negra
En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra.
Fue fusilada.
Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
Así, en los sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.
Augusto Monterroso
Cuando Fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido acepto que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de Los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.
Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de si mismo.
Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.
Entonces floreció en el una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles.
Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo mas intimo, valerse de ese conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.
-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.
Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.
La oveja negra
En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra.
Fue fusilada.
Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
Así, en los sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.
Augusto Monterroso
jueves, 16 de abril de 2009
Séptima -Encantadora-
Séptima fue esclava bajo el sol africano, en la ciudad de Hadrumeto. Y su madre Amoena fue esclava y la madre de ésta fue esclava y todas fueron bellas y oscuras y los dioses infernales les revelaron filtros de amor y de muerte. La ciudad de Hadrumeto era blanca y las piedras de la casa donde vivía Séptima eran de un rosa trémulo. Y la arena de la playa estaba sembrada de conchitas que arrastra el mar tibio desde la tierra de Egipto, en el lugar donde las siete bocas del Nilo derraman siete limos de diversos colores. En la casa marítima donde vivía Séptima, se oía morir la franja de plata del Mediterráneo y, a sus pies, un abanico de líneas azules resplandecientes se desplegaba hasta el ras del cielo. Las palmas de las manos de Séptima estaban enrojecidas por el oro y la punta de sus dedos pintada; sus labios olían a mirra y sus párpados ungidos se estremecían suavemente. Así iba por los caminos de las afueras, llevando a la casa de los sirvientes una cesta de panes tiernos.
Séptima se enamoró de un joven libre, Sextilio, hijo de Dionisia. Pero no les está permitido ser amadas a aquellas que conocen los misterios subterráneos, ya que están sometidas al adversario del amor, que se llama Anteros. Y si como Eros gobierna el centelleo de los ojos y aguza las puntas de las flechas, Anteros desvía las miradas y atenúa la acritud de los dardos. El es un dios bienhechor que mora en medio de los muertos. No es cruel, como el otro. Posee la nepenta que da el olvido. Y porque sabe que el amor es el peor de los dolores terrestres, odia y cura el amor. Sin embargo no tiene el poder de echar a Eros de un corazón ocupado. Entonces toma el otro corazón. Así Anteros lucha contra Eros. Por esto fue que Sextilio no pudo amar a Séptima. Tan pronto como Eros hubo llevado su antorcha al seno de la iniciada, Anteros; irritado, se apoderó de aquel a quien ella quería amar.
Séptima supo del poder de Anteros en la mirada baja de Sextilio. Y cuando el temblor púrpura aferró el aire de la tarde, salió por el camino que va desde Hadrumeto hasta el mar. Es un camino apacible donde los enamorados beben vino de dátiles recostados en las murallas pulidas de las tumbas. La brisa oriental sopla su perfume sobre la necrópolis. La joven luna, todavía velada, va allí a vagabundear, incierta. Muchos muertos embalsamados alardean alrededor de Hadrumeto en sus sepulturas. Y allí dormía Foinisa, hermana de Séptima, esclava como ella, muerta a los dieciséis años, antes de que ningún hombre hubiese respirado su olor. La tumba de Foinisa era estrecha como su cuerpo. La piedra abrazaba sus senos oprimidos por vendas. Muy cerca de su frente abatida, una larga losa cortaba su mirada vacía. De sus labios ennegrecidos se elevaba todavía el vapor de los aromas en que la habian empapado. En su mano quieta brillaba un anillo de oro verde con dos rubíes pálidos y turbios incrustados. Soñaba eternamente en su sueño estéril con las cosas que no había conocido.
Bajo la blancura virgen de la luna nueva, Séptima se tendió junto a la tumba estrecha de su hermana, contra la buena tierra. Lloró y pegó su rostro a la guirnalda esculpida. Acercó su boca al conducto por donde se vierten las libaciones y su pasión brotó:
- Oh, hermana mía, apartate de tu sueño para escucharme. La pequeña lámpara que ilumina las primeras horas de los muertos se apagó. Has dejado deslizar de tus dedos la ampolla de vidrio coloreada que te habíamos dado. El hilo de tu collar se rompió y los granos de oro se derramaron alrededor de tu cuello. Ya nada de nosotros es tuyo y ahora aquel que tiene un halcón en la cabeza te posee. Escúchame, pues tú tienes el poder de llevar mis palabras. Ve a la celda que tú sabes y suplícale a Anteros. Suplícale a la diosa Hator. Suplícale a aquel cuyo cadáver despedazado fue llevado por el mar en un cofre hasta Biblos. Hermana mía, ten piedad de un dolor desconocido. Por las siete estrellas de los magos de Caldea, yo te conjuro. Por las potencias infernales que se invocan en Cartago, Jao, Abriao, Salbaal y Batbaal, recibe mi encantamiento. Haz que Sextilio, hijo de Dionisia, se consuma de amor por mí, Séptima, hija de nuestra madre Amoena. Que arda en la noche; que me busque junto a tu tumba. ¡ Oh, Foinisa!. O llevanos a los dos a la morada de la tiniebla y el poder. Ruega a Anteros que enfríe nuestros alientos si le niega Eros que los encienda. Muerta perfumada, acoge la libación de mi voz. ¡ Ashrammachalada!.
Inmediatamente, la virgen vendada se levantó y penetró en la tierra mostrando los dientes.
Y Séptima, avergonzada, corrió por entre los sarcófagos. Hasta la segunda noche permaneció en compañía de los muertos . Espió a la luna fugitiva. Ofreció su garganta a la mordedura salada del viento marino. Fue acariciada por el primer oro del día. Después volvió a Hadrumeto y su larga camisa azul flotaba detrás de ella.
Mientras tanto, Foinisa, rígida, erraba por los circuitos infernales. Y aquel que tiene un halcón en la cabeza no escuchó su ruego. Y la diosa Hator permaneció tendida en su funda pintada. Y Foinisa no pudo encontrar a Anteros, pues ella no conocía el deseo. Pero en su corazón mustio sintió la piedad que los muertos tienen para con los vivos. Entonces, a la segunda noche, a la hora en que los cadáveres se liberan para consumar los encantamientos, hizo que sus pies atados se movieran por las calles de Hadrumeto.
Sextilio temblaba acompasadamente, agitado por los suspiros del sueño, con el rostro vuelto hacia el techo de su habitación surcado de rombos. Y Foinisa, muerta, envuelta en las vendas olorosas, se sentó a su lado. Y ella no tenía ni cerebro ni vísceras; pero su corazón desecado había sido puesto de nuevo en su pecho. Y en ese momento Eros luchó contra Anteros y se apoderó del corazón embalsamado de Foinisa. En seguida deseó el cuerpo de Sextilio, para que estuviese acostado entre ella y su hermana Séptima en la casa de las tinieblas.
Foinisa posó sus labios tintados en la boca viva de Sextilio y la vida escapó de él como una burbuja. Después se encaminó a la celda de esclava de Séptima y la tomó de la mano. Y Séptima dormida, se dejó llevar por la mano de la hermana. Y el beso de Foinisa y el abrazo de Foinisa hicieron morir, casi a la misma hora de la noche, a Séptima y a Sextilio. Tal fue el desenlace fúnebre de la lucha de Eros contra Anteros; y las potencias infernales recibieron una esclava y un hombre libre al mismo tiempo.
Sextilio está acostado en la necrópolis de Hadrumeto, entre Séptima, la encantadora y su hermana virgen Foinisa. El texto del encantamiento está inscrito en la placa de plomo, enrollada y perforada por un clavo, que la encantadora deslizó por el conducto de las libaciones en la tumba de su hermana.
Vidas imaginarias --- MARCEL SCHWOB
Séptima se enamoró de un joven libre, Sextilio, hijo de Dionisia. Pero no les está permitido ser amadas a aquellas que conocen los misterios subterráneos, ya que están sometidas al adversario del amor, que se llama Anteros. Y si como Eros gobierna el centelleo de los ojos y aguza las puntas de las flechas, Anteros desvía las miradas y atenúa la acritud de los dardos. El es un dios bienhechor que mora en medio de los muertos. No es cruel, como el otro. Posee la nepenta que da el olvido. Y porque sabe que el amor es el peor de los dolores terrestres, odia y cura el amor. Sin embargo no tiene el poder de echar a Eros de un corazón ocupado. Entonces toma el otro corazón. Así Anteros lucha contra Eros. Por esto fue que Sextilio no pudo amar a Séptima. Tan pronto como Eros hubo llevado su antorcha al seno de la iniciada, Anteros; irritado, se apoderó de aquel a quien ella quería amar.
Séptima supo del poder de Anteros en la mirada baja de Sextilio. Y cuando el temblor púrpura aferró el aire de la tarde, salió por el camino que va desde Hadrumeto hasta el mar. Es un camino apacible donde los enamorados beben vino de dátiles recostados en las murallas pulidas de las tumbas. La brisa oriental sopla su perfume sobre la necrópolis. La joven luna, todavía velada, va allí a vagabundear, incierta. Muchos muertos embalsamados alardean alrededor de Hadrumeto en sus sepulturas. Y allí dormía Foinisa, hermana de Séptima, esclava como ella, muerta a los dieciséis años, antes de que ningún hombre hubiese respirado su olor. La tumba de Foinisa era estrecha como su cuerpo. La piedra abrazaba sus senos oprimidos por vendas. Muy cerca de su frente abatida, una larga losa cortaba su mirada vacía. De sus labios ennegrecidos se elevaba todavía el vapor de los aromas en que la habian empapado. En su mano quieta brillaba un anillo de oro verde con dos rubíes pálidos y turbios incrustados. Soñaba eternamente en su sueño estéril con las cosas que no había conocido.
Bajo la blancura virgen de la luna nueva, Séptima se tendió junto a la tumba estrecha de su hermana, contra la buena tierra. Lloró y pegó su rostro a la guirnalda esculpida. Acercó su boca al conducto por donde se vierten las libaciones y su pasión brotó:
- Oh, hermana mía, apartate de tu sueño para escucharme. La pequeña lámpara que ilumina las primeras horas de los muertos se apagó. Has dejado deslizar de tus dedos la ampolla de vidrio coloreada que te habíamos dado. El hilo de tu collar se rompió y los granos de oro se derramaron alrededor de tu cuello. Ya nada de nosotros es tuyo y ahora aquel que tiene un halcón en la cabeza te posee. Escúchame, pues tú tienes el poder de llevar mis palabras. Ve a la celda que tú sabes y suplícale a Anteros. Suplícale a la diosa Hator. Suplícale a aquel cuyo cadáver despedazado fue llevado por el mar en un cofre hasta Biblos. Hermana mía, ten piedad de un dolor desconocido. Por las siete estrellas de los magos de Caldea, yo te conjuro. Por las potencias infernales que se invocan en Cartago, Jao, Abriao, Salbaal y Batbaal, recibe mi encantamiento. Haz que Sextilio, hijo de Dionisia, se consuma de amor por mí, Séptima, hija de nuestra madre Amoena. Que arda en la noche; que me busque junto a tu tumba. ¡ Oh, Foinisa!. O llevanos a los dos a la morada de la tiniebla y el poder. Ruega a Anteros que enfríe nuestros alientos si le niega Eros que los encienda. Muerta perfumada, acoge la libación de mi voz. ¡ Ashrammachalada!.
Inmediatamente, la virgen vendada se levantó y penetró en la tierra mostrando los dientes.
Y Séptima, avergonzada, corrió por entre los sarcófagos. Hasta la segunda noche permaneció en compañía de los muertos . Espió a la luna fugitiva. Ofreció su garganta a la mordedura salada del viento marino. Fue acariciada por el primer oro del día. Después volvió a Hadrumeto y su larga camisa azul flotaba detrás de ella.
Mientras tanto, Foinisa, rígida, erraba por los circuitos infernales. Y aquel que tiene un halcón en la cabeza no escuchó su ruego. Y la diosa Hator permaneció tendida en su funda pintada. Y Foinisa no pudo encontrar a Anteros, pues ella no conocía el deseo. Pero en su corazón mustio sintió la piedad que los muertos tienen para con los vivos. Entonces, a la segunda noche, a la hora en que los cadáveres se liberan para consumar los encantamientos, hizo que sus pies atados se movieran por las calles de Hadrumeto.
Sextilio temblaba acompasadamente, agitado por los suspiros del sueño, con el rostro vuelto hacia el techo de su habitación surcado de rombos. Y Foinisa, muerta, envuelta en las vendas olorosas, se sentó a su lado. Y ella no tenía ni cerebro ni vísceras; pero su corazón desecado había sido puesto de nuevo en su pecho. Y en ese momento Eros luchó contra Anteros y se apoderó del corazón embalsamado de Foinisa. En seguida deseó el cuerpo de Sextilio, para que estuviese acostado entre ella y su hermana Séptima en la casa de las tinieblas.
Foinisa posó sus labios tintados en la boca viva de Sextilio y la vida escapó de él como una burbuja. Después se encaminó a la celda de esclava de Séptima y la tomó de la mano. Y Séptima dormida, se dejó llevar por la mano de la hermana. Y el beso de Foinisa y el abrazo de Foinisa hicieron morir, casi a la misma hora de la noche, a Séptima y a Sextilio. Tal fue el desenlace fúnebre de la lucha de Eros contra Anteros; y las potencias infernales recibieron una esclava y un hombre libre al mismo tiempo.
Sextilio está acostado en la necrópolis de Hadrumeto, entre Séptima, la encantadora y su hermana virgen Foinisa. El texto del encantamiento está inscrito en la placa de plomo, enrollada y perforada por un clavo, que la encantadora deslizó por el conducto de las libaciones en la tumba de su hermana.
Vidas imaginarias --- MARCEL SCHWOB
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