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jueves, 2 de febrero de 2017

FIN





La conocí hace tiempo, en una negra noche de alcohol en la que me crucé en su camino, desde entonces, he estado dispuesto a echarme en sus brazos...... a entregarme a ella sin ninguna resistencia, totalmente convencido de que era lo mejor que podía pasarme, pero, no sé porqué, decidió dejarme, sin importarle cual era mi deseo, sin tener en cuenta mi necesidad de aferrarme a ella, sólo le interesaba su egoísmo y sus caprichos, dejando mi espíritu y mi corazón sumido en la más profunda de las desesperaciones.

Y ahora la espero, ni un solo músculo de mi cuerpo demuestra temor.

Mi mirada se aleja distraidamente a través del cristal de la ventana que como un cuadro deja ver la quietud del campo en el ocaso, bebo de mi copa, sorbo a sorbo.

El tiempo hace mucho que no me preocupa y el paso de los años me ha enseñado a no temerle, la paciencia y la calma son ahora mi mayor virtud.

De pronto, ella atraviesa el umbral…

Hermosa como una diosa, se aproxima a mí y bajo la tenue luz de la habitación, sus felinos ojos se clavan en los míos, y, una delicada sonrisa se dibuja en sus carnosos labios, la recordaba así, cínica y un tanto frívola, pero tan bella, que otra vez siento el influjo de sus encantos…

Al son de una de sus canciones preferidas, desliza su cuerpo perfecto y delicado junto al mío y su perfume flota etéreo en la atmósfera del cuarto, ella, distraidamente danza suavemente, rozandome y su cuerpo me envuelve, sensual y atrevido bajo la sutil gasa negra de su vestido, siento sus senos tibios rozando mi pecho y mi espalda, sus manos ávidas, me acarician deslizándose por mi nuca, hombros y pecho, hasta aferrarse eróticamente en mis muslos y caigo lentamente bajo su influjo, su mirada ahita de deseo me embriaga.

Pero, esta vez, soy yo quien espera para terminar nuestro encuentro, la noche acaba de empezar y el alba............., el alba se halla muy lejana todavía.

Sus labios anhelantes, se posan delicadamente en los mios, sonrío casi maliciosamente....... ¡sigue siendo tan mía!, que, el deseo de vengarme se apodera de mí, aunque domino ese impulso, apartándola de mi y dejándola atónita ante mi reacción, levanto mi copa y brindo por ella y al hacerlo, sus ojos brillan, me arrebata la copa y brinda por los años pasados y el amor, entonces me siento en el sofá contemplándola.

Con la copa en la mano, se tiende a mi lado, apoya su cabeza sobre mis piernas y fija sus ojos de gata enamorada en los míos, le quito la copa y beso sus labios con toda la pasión que he albergado dentro de mi desde que me dejo; desde antes de haberme dado cuenta que ya no la deseo, la beso largamente, hasta sentir que su felicidad se desvanece, que tiembla de amor entre mis brazos.

Entonces, al sentir su cuerpo estremecerse me levanto alejándome lo suficiente para observarla, para gozar del placer que me causa verla así, rendida ante mí.

Ella adivina mis sentimientos y se levanta de un salto, su mirada gatuna se transforma en fuego.

Espero el zarpazo de su ira, sin embargo, controla su arrebato y serena, me dice…

-Te he amado, desde aquella noche, cuando te vi por primera vez, porque aquella vez experimenté como jamás lo había hecho, la necesidad de sentirme mujer, y cambiar por ti, te cruzaste en mi camino suplicando que te ayudara, ¡no pude hacerlo!, al verte, algo extraño me ocurrió por primera vez. Contigo, descubrí el amor y te imaginé mil mañanas amándome en la frescura de tu cama.

Y con sus ojos cargados de llanto, me contempla, mientras su voz suena con una tristeza tal, que me hace sentir un miserable, y me arrodillo ante ella, todo el resentimiento acumulado durante tantos años, se esfuma en ese segundo…

De pronto, cuando acongojado, me aferro a su cuerpo, una horrorosa carcajada hiela mi sangre.

Y miro su rostro, su larga cabellera negra ya no existe, un frío y oscuro manto la cubre al igual que su cuerpo, cuerpo que es sólo un esqueleto envuelto en una mortaja y sus huesos se clavan en mi pecho, de un salto me alejo de ella y su risa retumba en toda la habitación.

Y quiero correr. Y quiero huir. Y creo que voy a enloquecer…

Entonces, sólo entonces, veo en la cuenca vacía de sus ojos, una luz de tristeza que duele.

Y comprendo…el final ha llegado y con él, también mi vida.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Atrapado

Finalmente se decidió, hacia tres días que estaba atrapado en aquel mísero agujero, a base únicamente del agua que almacenaba en su pequeña cantimplora y las escasas esperanzas de que alguien le encontrara se desvanecían segundo a segundo.

El hecho de que no llevara reloj, (objeto que nunca le había gustado), ni siquiera su viejo móvil, (diablos que idiota había sido), también que no supiera nadie donde se había dirigido, no ayudaba mucho aunque ahora de nada valía lamentarse, aunque si tenía una navaja y hecho mano de ella.

Así que asiendo la navaja que siempre que salia de excursión le acompañaba se preparó para la tarea que se le antojaba poco menos que titánica.

La observó con nuevos ojos, pues de ella iba a depender ahora que continuara viviendo, fijándose en los detalles con una minuciosidad impropia en aquel momento, dudando eso si, de que el hecho de ser una copia china y no la original alemana, restaría eficacia a la misma.

Siempre que salia la llevaba prendida mediante el clip en el bolsillo de sus vaqueros, no temía perderla pues al ser una copia no era excesivamente cara ya que le había costado unos 9 euros en su momento, además la compró por su ligereza y por que le había gustado nada más verla, con sus cachas metálicas agujereadas y su hoja parcialmente negra aparte de su filo mixto, liso, serrado, y la verdad que una vez que la tuvo entre sus manos por primera vez comprobó la facilidad de su apertura gracias al tetón que ni grande ni pequeño sobresalia por ambas caras de la hoja.

Tenia aprecio a aquella navaja, aunque consideraba, cada vez más, que el hecho de que fuera una copia no era en si algo que le repugnaba, sino de que se usara el nombre de la marca sin recato y, por supuesto, estaba seguro, sin ninguna clase de permiso. Así podía leer en la cacha BÖKER plus y en la hoja, más grande la misma marca acompañada de un árbol rodeado de las típicas letras THREEBRAND ARBOLITO BÖKER y la leyenda debajo Your knife Made in Solingen, (su navaja hecha en Solingen), ja, ja ja, eran unos cachondos esos chinos.

Bien ahora no había vuelta atrás apretó todo lo que pudo el torniquete que se había hecho en el muslo, exactamente a un palmo de la rodilla, comprobando que no sentía nada en la pierna atrapada y deshecha por aquella piedra que le retenía en aquel hoyo.

Aplicó la punta de la navaja e hizo un agujero en el vaquero para inmediatamente cortarlo por debajo del torniquete, le costó más de lo que había imaginado  las malditas uniones eran endiabladamente fuertes, pero, lo consiguió, empujo el trozo de pernera hacia abajo y ahí tenia ante sus ojos la carne que debía cortar, respiró hondo, ahora debía empezar lo que más había temido durante ese tiempo, y, sobre todo lo que más le preocupaba pues no sabia como iba a cortar el hueso, recordaba una historia, o era una película, en que el protagonista atrapado por el brazo sin escapatoria decide romperse el hueso y después cortar por ahí aprovechando la rotura, pero él no podía romperse el fémur no porque no lo hubiera intentado sino porque no podía hacer suficiente palanca en la posición en que se hallaba, así que tenia que serrarlo y que fuera lo que dios quisiera.

Hecho un trago de agua, cogió un trozo de madera que había a su alrededor y lo mordió con todas sus fuerzas, y comenzó a cortar carne, venas, tendones hasta dar con el hueso, lleno de sangre, paró, recuperó el aliento y sabiendo que era cuestión de vida o muerte, lo atacó con la parte dentada de la navaja, el dolor era insoportable pero su mente como embriagada le obligaba a seguir a pesar de que su corazón latía con tanta velocidad que parecía querer salirse de su pecho, y el tiempo pasaba agonizando pareciendo que tardaba años, siglos en tan macabra operación, sin poder resistir más y comprobando que había serrado un poco más de la mitad del hueso se detuvo de nuevo, ahora debía acabar de romperlo por lo que ayudandose con su otra pierna y haciendo un movimiento brusco lo consiguió, pudo oír el leve chasquido que se produjo y como una oleada de frio invadía su cuerpo, perdiendo el conocimiento.  

Se despertó, sin saber cuanto tiempo había pasado, pero, aún estaba vivo, observó la carnicería sin atreverse a mover ni un párpado de tanto dolor que sentía, ahora sólo le quedaba acabar el trabajo y por primera vez fue consciente de que unos cuantos cortes más le permitirían volver a retomar su vida, empuñó de nuevo la navaja y con los dientes apretados y los ojos empapados de lágrimas, acabó lo que había empezado hacia ya un lustro.

Al fin libre, comprobó que el torniquete cumplía perfectamente su función y poco a poco logró ponerse de pie, mirando con aprehensión el guiñapo sanguinolento atrapado en aquella maldita roca, ahora debía ascender como pudiera por aquel hoyo y dirigirse sin mirar atrás hacia la salvación.

Por suerte aquella trampa no era profunda y ayudandose de sus musculosos brazos y su única pierna ascendió dificultosamente hasta el borde, donde exhausto rebuscó en su mente el camino para  bajar de aquella montaña, mientras le cruzaban flases donde se veía con una prótesis que le iba a acompañar el resto de su vida.

Sin pensarlo más se lanzó ladera abajo sobre sus glúteos, pues era la forma más rápida y la única que podía utilizar, después de todo lo acontecido lo de menos era desollarse las palmas de las manos en la bajada.

Desorientado, magullado, hambriento, reptando por el suelo de la montaña, pues no conseguía el suficiente equilibrio con una pierna para erguirse y avanzar aunque fuera a saltitos, pues no encontraba una rama o un misero trozo de algo que hiciera las veces de bastón en aquellos parajes en los que solo crecían esparragueras, archilagas y matorrales, hasta que divisó un rebaño de ovejas y empezó a gritar pidiendo auxilio.

El pastor un hombre moreno, enjuto con el rostro surcado de profundas lineas, inmediatamente corrió a su encuentro, proporcionándole algo que comer, intentando calmarlo y sobre todo llamando con su móvil a la Guardia Civil.

A partir de allí todo sucedió muy rápido, le dieron un calmante y un helicóptero lo trasladó al hospital donde los médicos le atendieron diligentemente, no todos los días tenían pacientes que se cortaban una pierna, hasta que limpio, curado y en una habitación sólo para él, se durmió profundamente.

Dos años después, un grupo de excursionistas acertó a pasar por un paraje alejado de las rutas que se solían hacer y en un pequeño declive encontraron el cadáver de un hombre atrapado por una roca aferrado a una mohosa navaja.

lunes, 3 de febrero de 2014

Baby H. P.


Señora ama de casa: convierta usted en fuerza motriz la vitalidad de sus niños. Ya tenemos a la venta el maravilloso Baby H.P., un aparato que está llamado a revolucionar la economía hogareña.

El Baby H.P. es una estructura de metal muy resistente y ligera que se adapta con perfección al delicado cuerpo infantil, mediante cómodos cinturones, pulseras, anillos y broches. Las ramificaciones de este esqueleto suplementario recogen cada uno de los movimientos del niño, haciéndolos converger en una botellita de Leyden que puede colocarse en la espalda o en el pecho, según necesidad. Una aguja indicadora señala el momento en que la botella está llena. Entonces usted, señora, debe desprenderla y enchufarla en un depósito especial, para que se descargue automáticamente. Este depósito puede colocarse en cualquier rincón de la casa, y representa una preciosa alcancía de electricidad disponible en todo momento para fines de alumbrado y calefacción, así como para impulsar alguno de los innumerables artefactos que invaden ahora los hogares.

De hoy en adelante usted verá con otros ojos el agobiante ajetreo de sus hijos. Y ni siquiera perderá la paciencia ante una rabieta convulsiva, pensando en que es una fuente generosa de energía. El pataleo de un niño de pecho durante las veinticuatro horas del día se transforma, gracias al Baby H.P., en unos inútiles segundos de tromba licuadora, o en quince minutos de música radiofónica.

Las familias numerosas pueden satisfacer todas sus demandas de electricidad instalando un Baby H.P. en cada uno de sus vástagos, y hasta realizar un pequeño y lucrativo negocio, trasmitiendo a los vecinos un poco de la energía sobrante. En los grandes edificios de departamentos pueden suplirse satisfactoriamente las fallas del servicio público, enlazando todos los depósitos familiares.

El Baby H.P. no causa ningún trastorno físico ni psíquico en los niños, porque no cohibe ni trastorna sus movimientos. Por el contrario, algunos médicos opinan que contribuye al desarrollo armonioso de su cuerpo. Y por lo que toca a su espíritu, puede despertarse la ambición individual de las criaturas, otorgándoles pequeñas recompensas cuando sobrepasen sus récords habituales. Para este fin se recomiendan las golosinas azucaradas, que devuelven con creces su valor. Mientras más calorías se añadan a la dieta del niño, más kilovatios se economizan en el contador eléctrico.

Los niños deben tener puesto día y noche su lucrativo H.P. Es importante que lo lleven siempre a la escuela, para que no se pierdan las horas preciosas del recreo, de las que ellos vuelven con el acumulador rebosante de energía.

Los rumores acerca de que algunos niños mueren electrocutados por la corriente que ellos mismos generan son completamente irresponsables. Lo mismo debe decirse sobre el temor supersticioso de que las criaturas provistas de un Baby H.P. atraen rayos y centellas. Ningún accidente de esta naturaleza puede ocurrir, sobre todo si se siguen al pie de la letra las indicaciones contenidas en los folletos explicativos que se obsequian en cada aparato.

El Baby H.P. está disponible en las buenas tiendas en distintos tamaños, modelos y precios. Es un aparato moderno, durable y digno de confianza, y todas sus coyunturas son extensibles. Lleva la garantía de fabricación de la casa J. P. Mansfield & Sons, de Atlanta, Ill.


FIN

Una de las historias de Confabulario
Juan José Arreola

jueves, 11 de abril de 2013

SUPERHÉROE

Nada me gustaría más que salvar a la humanidad y por supuesto limpiarla de villanos.

Le pregunté a una amiga que superpoder le gustaría tener a lo cual me respondió que la paz mundial y que nadie necesitase luchar por nada, le dije que eso era muy cursi y que siendo así los superhéroes no existirian, por lo que ese superpoder la convertía en una supervillana, mi comentario no le gustó nada, no sé si porque era estúpido, o quizá por eso mismo.

Entonces mi amiga me pregunto que superhéroe seria yo, a lo que le respondí inmediatamente que el Hombre Granuloso, un tipo bien intencionado aunque lleno de granos de pus y que su superpoder consistía en lanzar pus sobre todas las cosas limpias y sanas, en una lucha constante con la Higiene a quien esto le jode.

A mi amiga tampoco le gusto mucho mi idea de superhéroe, en parte porque tenia un granito en medio de la frente.

Mas tarde volviendo a casa en taxi le pregunté al taxista que superpoder le gustaría tener, a lo que contestó que supercorrupto, pues podría robar sin problemas, pasándoselo muy bien a costa de los demás y los superdelitos más pronto o más tarde prescribirían en medio del juicio o dejarían de importar por lo que siempre seria considerado una persona intachable, a mi amiga cuando escuchó esto le dio por reventarse el granito con muy buena puntería.

Me dio un poco de asco, después ya no me importó. 

Ya no pienso en salvar a la humanidad.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Amanece


Amanece de un color fucsia.

Dentro, el economista hace aspas de molino en la alcoba.

Mientras, declara con voz solemne:

-Cuando ponga dos tomates sobre las cuencas de los ojos habré llegado a un punto neutro.

La mujer inflable lo miró con desgana, un tanto irritada y escupió un ramillete de flores.

-Entonces deberías considerar variar un poco las cosas en el espejo -respondió.

Al economista le empezó a palpitar una vena de la frente.

-No pedí el desayuno en la cama -concluyó tajante.

La mujer quedó en silencio por un rato.

Luego le dio por saltar como una marioneta.

La puerta del dormitorio quedó cerrada como un sepulcro.

-Pero ayer dijiste que la señal iba a ser un zumbido. -se atrevió a decir al fin cuando se detuvo, exhausta.

Él la miró furioso.

Vio en sus ojos un coche averiado, una nube con forma de haba.

Muy decidido, sacó un estilete de su oreja y la reventó en el acto.

La mujer inflable, no pensó, mientras se esparcía en pedazos por toda la habitación.

-Estoy llena de aire - suspiró.

-Ese no es mi problema -reflexionó el economista en voz alta.

Luego volvió a la cama para temblar de frío.

Eran las 6 y cuarto.

-Nunca más resolveré una operación matemática, pensó bajo una lluvia de confetti.

-Desde ahora prefiero que los astros decidan mi destino.

-En el fondo estoy un poco harto de hacerme cargo de él yo mismo.

De pronto se escucha el llanto de un niño y cierra los ojos.

En otra parte, una mujer riega el jardín con la sopa de letras de la noche anterior.

Luego se quita con los dientes un callo de los pies, señalando al cielo con el dedo corazón.

-No creo que sea importante -dice su hijo de pupilas dilatadas.

Un tractor de juguete pasa a recoger la basura y debajo de la tierra se tensan las tuberías.

-Qué diablos.

-De todos modos pensaba sembrar espárragos.

El niño recoje tres piedras, da una voltereta y cae como una hoja marchita.

La mujer se acuesta a un lado y canta una canción de cuna.

-Esta noche cenaremos caracoles -dice.

Entonces los dos se ponen de pie y regresan abrazados a casa.

Cerca en un parque melancólico, un hombre está sobre el tejado de la casa gris.

-Me he mudado -dice con voz cavernosa.

Luego continua mordiéndose las uñas mientras piensa en números primos.

En el piso siete también amanece.

A Dino, el perro, esto no le importa.

Ladra en portugués un rato y luego hace la siesta.

En su sueño hay algo similar a flores y todo huele a azufre.

En el parque los niños cantan en torno a un viejo árbol.

-Las horas no suelen pasar tan lentas, dicen y el hombre del tejado cae como una piedra sobre la acera.
 

lunes, 13 de agosto de 2012

Confusión

Confusión

Antes de que hubiera terminado de desenvolver el regalo de cumpleaños, sonó dentro del paquete un timbre: era un móvil. Lo cogí y oí que mi mujer me felicitaba con una carcajada desde el teléfono del dormitorio. Esa noche, ella quiso que habláramos de la vida: los años que llevábamos juntos y todo eso. Pero se empeñó en que lo hiciéramos por teléfono, de manera que se marchó al dormitorio y me llamó desde allí al cuarto de estar, donde permanecía yo con el trasto colocado en la cintura. Cuando acabamos la conversación, fui al dormitorio y la vi sentada en la cama, pensativa. Me dijo que acababa de hablar con su marido por teléfono y que estaba dudando si volver con él. Lo nuestro le producía culpa. Yo soy su único marido, así que interpreté aquello como una provocación sexual e hicimos el amor con la desesperación de dos adúlteros.

Al día siguiente, estaba en la oficina, tomándome el bocadillo de media mañana, cuando sonó el móvil. Era ella, claro. Dijo que prefería confesarme que tenía un amante. Yo le seguí la corriente porque me pareció que aquel juego nos venía bien a los dos, de manera que le contesté que no se preocupara: habíamos resuelto otras crisis y resolveríamos ésta también. Por la noche, volvimos a hablar por teléfono, como el día anterior, y me contó que dentro de un rato iba a encontrarse con su amante. Aquello me excitó mucho, así que colgué en seguida, fui al dormitorio e hicimos el amor hasta el amanecer.

Toda la semana fue igual. El sábado, por fin, cuando nos encontramos en el dormitorio después de la conversación telefónica habitual, me dijo que me quería pero que tenía que dejarme porque su marido la necesitaba más que yo. Dicho esto, cogió la puerta, se fue y desde entonces el móvil no ha vuelto a sonar. Estoy confundido.


Cuestiones de fe

Hay una tribu en el centro de África, cuyo nombre no consigo recordar ahora mismo, que no cree en la existencia de la espalda. Parece una negación absurda, desde luego, pero los antropólogos han aportado abundante documentación al alcance del escéptico o el curioso. Por lo general, en Occidente estamos dispuestos a admitir que la gente no crea en el alma, en Dios, en el diablo, los espíritus, y todo aquello que en general ni se ve ni se toca, pero nadie se atrevería a negar la existencia de las mesillas de noche o de las cornucopias. En otras palabras, entre nosotros el movimiento se demuestra andando.

-Mire usted qué BMW acabo de adquirir.

Personalmente, no creo en el BMW, así que no entiendo cómo hay tanta gente que se gasta el dinero en un automóvil completamente fantástico. Una vez subí en el de un amigo mío y me di cuenta en seguida de que no existía porque estaba lleno de prestaciones inverosímiles. No dije nada porque se había gastado en él cinco millones que no tenía, pobre.

Los millones son otra cosa en la que la gente cree mucho, incluso sin verlos. A esa tribu del centro de África le hablas de millones y es como si le hablaras de la espalda. Por eso no les duele ni una cosa ni la otra. En Occidente, en cambio, cada día hay más personas con problemas de espalda. Y de millones.

Yo, además de no creer en el BMW, reniego también de la existencia de las lavativas. Tengo razones antropológicas que aportaré con gusto. En casa de mis abuelos había una colgada de la cisterna del retrete. Por razones que no vienen al caso, de pequeño pasé muchos fines de semana con ellos y siempre que entraba a hacer pis tropezaba con aquel extrañísimo aparato cuya utilidad se me escapaba por completo. Cuando tuve edad de preguntar, me dieron unas respuestas claramente evasivas. Mi abuelo, por ejemplo, aseguraba que la goma aquella servía para metérsela por el culo, lo que como verán ustedes resulta más increíble todavía que el salpicadero del BMW de mi amigo. Crecí, pues, con la idea de que aquel aparato había sido fruto de mi imaginación: ya se sabe que los niños somos muy perversos. Un adulto como Dios manda no sería capaz de concebir una lavativa, ni un BWM, ni una cornucopia. Sin embargo, hemos sido capaces de concebir la espalda, que como artefacto raro tampoco está mal.

Seguramente, sería un gran negocio exportar espaldas a esa tribu de África que no cree en ellas. Todo lo que no existe alcanza un gran predicamento entre los seres humanos, africanos o no. Yo estoy dispuesto a aportar la mía, que me proporciona unos quebrantos insoportables. Y por un poco más de dinero, doy también la lavativa de mis abuelos, que no consigo quitármela de la cabeza, pese a que estaba pensada para el culo. Con lo que obtenga de la venta de estos dos objetos irreales quizá me compre un BMW inexistente. Gracias.


Lo real

Una chica estadounidense se tomó por juego una Viagra y tuvo una erección fantasmal. Pese a que los médicos han advertido que cuando el miembro permanece en tensión más de cuatro horas seguidas hay que acudir a un servicio de urgencias para evitar daños irreparables en el tejido de la uretra, la joven no fue al hospital hasta el tercer día, presa ya de unos dolores insoportable en el pene hipotético aparecido tras la ingestión de la pastilla eréctil. Dado que los facultativos no sabían cómo detener aquella erección inexistente, pasaron todavía unas horas preciosas antes de que al jefe de urología se le ocurriera proponer a la chica una eyaculación fantasmal para acabar con aquel caso de priapismo extravagante.

Los padres, que eran mormones, se opusieron a que la joven se masturbara, pues además de no estar de acuerdo con el onanismo en general, les parecía que éste podría ser más condenable si se practicaba con un miembro ilusorio. Un médico muy culto que había ese día de guardia intentó explicarles que el miembro masculino objeto de la masturbación es siempre imaginario, aun cuando se pueda tocar. Pero no hubo forma de sacar a los padres de sus trece y el hospital tuvo que conseguir una autorización del juez para proceder a la descarga imaginaria, en el caso de que haya alguna que no lo sea, cesando de inmediato los dolores de la joven y desapareciendo al instante el miembro falso, si hay alguno verdadero.

La noticia es que han congelado el semen quimérico obtenido de la eyaculación irreal y ahora pretenden fecundar con él un óvulo aparente para obtener un embrión fantasma. Si los fundamentos teóricos no fallan, podrían conseguir un individuo invisible. A mí, personalmente, me parece que eso no tiene ningún mérito. Lo novedoso a estas alturas sería fecundar a alguien real.

Por Juan José Millás - Articuentos

Y un poco de Oasis

domingo, 12 de agosto de 2012

Miedo

El grito se le escapó de tal manera que cuando se arrepintió era demasiado tarde: su habitación estaba a oscuras y una luz tenue recortaba la silueta de su madre en el marco de la puerta.

-¿A qué ese grito?

-Mami –dijo entre sollozos-, tengo miedo.

-¿De qué? –preguntó, entrando a la habitación.

-He visto un monstruo en la silla.

-¡Hummmm!, podría ser, ¿pero, en la silla?

El niño abrió los ojos, atento.

-Bueno –continuó la madre-, pero, sera relativamente pequeño.

-Pero... –balbuceo el niño dudando mientras miraba el montón de ropa desordenada sobre la silla.

-Aunque nunca se sabe,-sonrió la madre- ¡A esos bichos se les ocurren unas cosas!

-Mami, creo que ha sido la ropa que se parece un poquito a un monstruo.

-¡A eso me refiero! te das cuenta que las cosas mas cotidianas pueden engañar nuestros sentidos, por ejemplo, el montón de ropa, vamos a ver.

La madre se sentó sobre la cama y colocó la cabeza curiosa donde antes había estado la del niño. Miro con atención.

El niño, perplejo, seguía en silencio.

-Sí, si, es verdad, ¡mira!, el cuello de la camisa, los tirantes, las medias, parece un monstruo, y de los más malos. Además tiene los ojos grandes e hinchados con una nariz de tamaño imposible; ¡ves como te mira con ese cuerpo contrahecho!. Parece que te quiere comer.

-Mami, me da miedo. 

-Pues, no deberías tenerlo. Aunque bien es verdad que poco tiene que ver el hecho de que yo lo diga con la realidad de las cosas. Ahora mira como me siento encima. ¿Ves?

El niño boquiabierto miraba a su madre moviendo los glúteos sobre el maligno montón de ropa.

-¿Lo mataste? - preguntó al fin.

-Yo creo que si, pero, eso no quiere decir que te relajes. A veces se escurren por los lugares menos pensados, y a ver quién los encuentra. ¡Son tan rápidos!. Igual este era de los lentos –dijo observando los grandes ojos húmedos que tenía enfrente-. Anda duerme tranquilo.

-He de irme –añadió poniéndose de pie.

-¡No!

-¿Por qué?, ¿todavia tienes miedo?.

Dudaba. No sabia que responder. Se le aceleraba la respiración y no daba con la tecla necesaria para hablar. Por fin se le escapó una voz, como si no fuese la suya.

-No tengo miedo – dijo con voz resquebrajada. En su cabeza retumbaba la misma frase como un mantra protector: “no tengo miedo, no tengo miedo, no tengo miedo”.

-Sí lo tienes, a ver acercarte para verte mejor. Tienes las pupilas dilatadas y el cuerpo te tiembla; ¡es normal!. Eres un niño y los niños suelen tener miedo. Ahora bien, si te sientes mejor y crees que puedes afrontarlo solo, me retiro. Ya estoy cansada.

-¡No!

-Dos nos son como un sí – dijo. El niño de reojo miraba la ropa que, libre del peso, iba recobrando su forma horripilante.

-¡No te vayas!

-Esta bien, me quedaré. Aunque.... si era de los rápidos...

-¿Qué?

-Podría esconderse –iba escrutando la habitación-, ¡en el ropero!.

-Pero yo he visto de día que solo hay ropa ahí.

-¡Entonces lo comprendes!.  Sólo hay ropa, y, no podemos tener miedo a la ropa, ¿no es cierto? ¡Nos la ponemos todos los días!.

-A veces me siento incomodo con ella.

-Por algo se empieza, a ver, ¿te acuerdas de que los monstruos toman formas insólitas?. Había un chico al que no le gustaban sus calcetines y le dijo a su madre: "no me gustan estos calcetines". ¿Sabes que le contestó?

-Que eso no importaba, que se los pusiera.

-¡Bien! Pero él desconfiaba. Le dijo a su madre: "los calcetines me dan miedo".

-¡Póntelos! le ordenó la madre.

-¿Y qué pasó?

-Nada. El monstruo se había convertido en calcetines y empezaron a subir por su pierna hasta ahogarlo: se le puso la cara roja, primero, y después morada. Quiso gritar, pero no pudo. Las calcetines no se lo permitieron y cuando lo liberaron de ellos, ya era muy tarde: el niño estaba muerto de miedo, como tú, sólo que con la lengua afuera. ¡Horrible!. Toda hinchada.

El niño se tocó la lengua con los dedos.

-Y, -siguió la madre- hubo otro al que lo mató el papel de las paredes de su cuarto.
Tenia unos dibujitos muy tiernos, suave, como los peluches –el niño miró con suspicacia a su viejo conejo de felpa-. Una mañana lo encontraron abierto desde el cuello hasta el ombligo y con las tripas fuera. Y a los dibujitos les chorreaba sangre fresca. La madre arrancó el papel de las paredes con las uñas. Nunca le había gustado.

-Pero yo no tengo papel en las paredes.

-¡O sí! ¡Sí que tienes! Lo que pasa es que es uniforme y delgado. Lo puse así para que no se notara mucho. Porque después, cuando hayas crecido, no tendrás un cuarto lleno de colorines. Además el papel es más fácil de limpiar cuando se mancha.

-¡No es cierto!

-¡Claro!, no me creas. Además, eso no es lo peor: los niños muertos por los monstruos, reviven y se comen a sus hermanos y a sus mamás. ¿Tú no quieres hacerle daño a tu mami?, ¿verdad?

Empezó a llorar. La madre lo estrecho con fuerza.

-No llores, hijo. Estoy contigo.

Sintió con pavor cómo el abrazo le cortaba el aire que entraba en sus pulmones hasta que no tuvo más remedio que quedar callado.

-Así esta mejor –dijo soltándolo-. A mí me gustan los niños tranquilos.

Lo escrutó con frialdad.

-Bueno. Será mejor que me vaya.

Siguió mirándolo. Ninguno dijo nada. De pronto el pequeño sintió un ruido debajo de él. Veloz, la madre levanto los pies.

-¡Ahí estás desgraciado! –dijo gritando. Acto seguido trepó sobre la cama. El niño rompió otra vez en llanto.

-Mami no dejes que me coma.

-No te preocupes. Lo que hay que hacer es atraparlo y matarlo, tenga la forma que tenga. No vaya a ser que después nos parezca otra cosa y habría que empezar otra vez con esta cantilena.

-¡Atrápalo tu!

-¿Y si me pasa algo? Tú no quieres que le pase nada a tu mami...

Él pequeño enmudeció. La madre estudió su reacción hasta que se le ocurrió algo.

-¡Ya sé! Hagamos un saco con la sabana y te metes bajo la cama para cogerlo.

-¡Pero no sé cómo es! –respondió el hijo.

-¿Te acuerdas qué juguetes has dejado bajo la cama?

-No.

-Pues, tienes que mirar.

-¡Nooo! mira tu.

-Yo no lo reconocería. Yo no distinguiría un juguete de un monstruo.

-Pero...

-Si miras rápido no te pasará nada.

El niño estaba paralizado. Miró a su madre y miró al suelo. Luego imaginó al monstruo con la boca abierta y los colmillos apenas distinguibles tras una maraña de pelo rojo. Se volvió a repetir: “no tengo miedo”, “no tengo miedo”, “no tengo miedo”. Aferrándose al borde de la cama, se asomó rápidamente.

-Creo que se ha convertido en Tobi.

-¡Ah! El payaso. A mi no me gustaba ese juguete. Bueno a ti te gusta, así que tú lo tendrás que coger. Uno no puede coger los monstruos que quieren comerse a otro, ¿no?

-Tiene que haber un modo –a punto de llorar-.

-Bueno, está bien. Pero si me pasa algo es tu culpa –lo miró fijamente.

Con cautela, bajó primero un pie, luego, el otro. Después, mirando al pequeño, se fue agachando, armada con la sabana hecha un saco de nudos. Mientras descendía, sus ojos se iban perdiendo al borde del colchón. El niño se acercó y vio las piernas en cuidadoso movimiento.

-¿Lo ves?

-No, no lo veo. Está el coche, la pelota... ¡espera! ¡Allí esta! –y lanzó un alarido que le estremeció hasta los huesos. Las piernas de su madre se retorcían en movimientos imposibles.
El niño gimió y lloró a todo pulmón hasta que el grito cesó, después quedó en silencio para que el monstruo no lo oyera.

-Niño...., una voz cavernosa salía de la cama.

-Niño...

Se arrinconó contra la cabecera.

-Ya mataste a tu madre...

-¡No, no!

-... tienes suerte de salvarte. Estoy cansado y he saciado mi hambre.

Armándose de valor, se aprestó a correr, pero cuando bajó de la cama sintió algo que lo sujetaba: la mano de la madre le cogía la pierna, al tiempo su propio cuerpo, por inercia, caía pesado al suelo.

La madre se puso de pie levantandolo de la pierna mientras él lloraba y se retorcía como un gusano.

-Me mataste, decía la madre, mientras le restregaba el payaso en la cara.

-¡No!

La madre sonrió perversa. El pequeño no pudo evitar acordarse de los dibujos del papel y sus dientes enrojecidos.

-Mira hijo, solo te estaba asustando. ¡Cómo te voy a hacer daño! Si soy tu madre.

Y acto seguido lo deposita sobre la cama.

-¡No me comas!, ¡no me comas!, chillaba el niño

-Tranquilízate. Como voy ha hacerte daño. Sabes, estoy cansada y no entiendes que los monstruos no existen.

Entonces entendió que su madre no estaba muerta y empezó a tranquilizarse. Cuando paró de llorar lo arropó con la sabana.

-Bueno hijo, solo quiero que entiendas que esto lo he hecho por tu bien para que no tengas miedo, ¿de acuerdo?

Le dio un beso en la frente y su silueta se dibujó en el marco de la puerta.

-Mami...

-¿Si?

-¿Puedes llevarte al payaso?

-Pero...imagina que si fuera un monstruo volvería desde mi cuarto a matarte. Aunque claro, ¡que tonta soy!, me mataría a mi primero.

-No, es que...

-Veo que voy a tener que tomarme en serio tu miedo. No te preocupes. Ahora descansa hijo, descansa –y tras una breve pausa- ya pensaré en algo mejor.

Aquella fue una noche muy larga.

viernes, 10 de agosto de 2012

Teatro


Se levanta el telón

Escena 1ª.

Una joven está sentada sobre el florero.

Mientras retira su piel con delicadeza la artista se disculpa:

-No debemos tener sexo los jueves.

Al admirador que lleva los ratones no le importa en absoluto.

Al que está pintado de negro, sí.

Escena 2ª

-Esto es el amor -dice la joven mientras cruza las piernas sobre el brazo del sofá.

El maniquí que está de frente, maniobra un revolver y dispara a un escarabajo.

-La moda ha muerto -sentencia con gravedad.

Ella se desnuda y se queda dormida con los ojos abiertos. La blusa de paño, mientras tanto, atrapa al bicho en el aire.

Aterrado, el maniquí se desarma.

Cuando la joven abre la boca, se escucha un zumbido y la blusa se va volando.

Escena 3ª

Un hombre entra en la sala.

-Señor, deseo la mano de su hija.

La corta y la envuelve en el mantel de la cocina. Luego sale de la casa y salta con un pie.

Adentro, la hija abraza al padre, le da un beso en la frente y el señor la golpea.

Afuera, el hombre se acerca al basurero y se deshace de la mano y el mantel.

La madre, que lo ha escuchado y visto todo, decide llamar a la vecina y contarle que esa noche cenaran menestra.

La prometida, cuando nadie la ve, sonríe llena de satisfacción.

Escena 4ª

-Ayudame con las cosas del mercado -dice una madre de ojos lilas.

La niña, que esta jugando a los trabalenguas, coge un berrinche espantoso y se sienta en el piso con las piernas sobre los hombros.

Su mascota, un perro que por la boca deja escapar mariposas, mea una ráfagas de fuego en la rueda del automovil.

Para el padre aquello es insoportable, así que no le queda otro remedio que llevarse a la niña y al perro colgados de la hebilla del cinturón.

A la señora, le muerde los labios y le aprieta una nalga para que se quede tranquila.

Una vez que ha terminado de cargar las cosas se quita los zapatos y los pone a macerar en salsa de tomate.

Los pies los mete en el baúl para que estén listos para la primavera.

La niña y el perro se quedan castigados dentro del horno hasta la hora de la cena, momento en el cual están jugosos y tostados.

-Tiene seis años y aun no entiende -se lamenta el padre después de comer sacándose un trocito de berenjena de la oreja-, que la comida debe servirse caliente.

En ese momento, sin que él lo note, la señora bosteza y se le ve la campanilla.

Se corren las cortinas y de repente, no hay nadie sobre la tarima.

El técnico apaga las luces y pide que le pasen el bote de aceitunas.

El público se pone de pie y aplaude de espaldas.

De pronto, un hombre a quien nadie espera llora sobre sus manos, luego se inclina con cuidado y desaparece en la penumbra.

La sala en segundos queda vacía y en silencio.

Cae el telón.

domingo, 5 de agosto de 2012

Hamster

Susana ha cumplido seis años y no le gusta jugar a Dios.

Tampoco a mamás, ni a cocinitas, ni a médicos, simplemente no juega.

Ni se interesa por la escuela ni por la comida, y lo mismo le da estar sentada frente a un televisor de 50 pulgadas que ante una pared desnuda.

Su madre, que es maniática, toda esta indiferencia le preocupa, qué clase de niña es esta, qué responsabilidades tendrá cuando crezca. 

Cómo reaccionará ante el mundo que le espera.

Por qué no se inmuta, altera o se afecta. ¿Dónde encontrará su sitio?.

¿Quien se hará cargo de ella?.

A la madre el silencio de la niña, su falta de interés le hace sentirse mal.

Según ella el asunto implica una suerte de aislamiento voluntario y disfuncional que cuestiona no solo la existencia saludable de su hija si no también los cimientos de la suya propia.

Porque si su niña no interactúa con las fuerzas que la rodean, entonces, ella ha fallado.

Porque Susana no es la hija que ha imaginado, por ello ella es una mala madre, un proyecto fracasado de fertilidad, una fruta que se pudre sin hechar semilla y ella es una mujer mayor.

Esta desesperada, nada de lo que han propuesto terapeutas, psicólogos y médicos en general ha servido, la niña sigue igual.

A Susana todas esas pruebas, análisis y terapias le quitan el apetito y no responde a los estímulos.

En su dormitorio las muñecas se amontonan, una sobre la otra, en una esquina.

Recluida en sí misma, su madre opta por ignorarla.

Susana solo se tranquiliza, sentada en una esquina como su montón de muñecas.

Una muñeca mas, inexpresiva, viendo pasar las horas sin moverse, ni apetecer nada.

Su madre mirándola piensa en el niño perdido antes de que Susana naciera y por ese medio pasó de inmediato a ser para ella el mejor hijo que cualquier mujer habría deseado.

-Mi hijo no haría esto, se repetía en silencio.

Solo una alternativa le queda pendiente para resolver el aislamiento de Susana.

Por su particular estado de ánimo y su persistente manía hacia el orden y la limpieza, había evitado por todos los medios comprar una mascota a su hija.

Y asi en su séptimo cumpleaños la niña, recibe, junto con una jaula, un pequeño y mofletudo hamster.

Al que llama David, que era, como le había contado su madre, el nombre de su hermanito no nato.

A partir de entonces el cambio es evidente: todos los días cambia el agua y el serrín del fondo de la jaula con puntualidad religiosa.

Luego se pasa horas, días enteros mirando con minuciosidad al animalito corriendo en su rueda sin fin, alimentandose, sorbiendo agua, rascándose las patas con los dientes y olfateando con su minúsculo hocico el aire que ella misma respiraba.

Susana y David eran felices juntos.

Pero la madre esta preocupada, la niña siente un interés desmedido por el animal, asunto muy positivo desde luego.

El problema es que ese interés, lejos de servir para motivarla, sigue manteniéndola aislada como al hamster en la jaula, solo que esta jaula es imaginaria.

Un día Susana despierta y ve que su hamster esta muerto.

Cuando su madre llega a casa no entiende qué hace una vela encendida sobre un montículo en el centro de su inmaculado jardín.

Susana está cansada y su comida son dos vasos de leche y tres tostadas.

Tiene veintiséis años y no le gusta jugar a Dios.

Sí a mamás, no a las cocinitas y menos a médicos.

Hace algunos meses que ha nacido David, su primer hijo.

Ha llegado en buen momento, porque desde que su madre falleció se siente un poco sola en la casa.

De hecho había considerado comprar una mascota, pero al saberse embarazada desecho la idea.

Del padre no sabe nada y tampoco quiere saber, solo que no fue algo grato y menos buscado.

Y menos ahora que le empieza a entrar sueño.

Le gusta leer un poco antes de dormir, un habito que su madre consiguió a base de esfuerzo.

La revista que tiene en la mano trata precisamente sobre animales domésticos.

La compró en un kiosco, una mañana de cielo gris.

La publicación trata sobre el cuidado del cabello de los caniches, las características a considerar a la hora de escoger la caja de arena ideal para cada especie de gato, las medidas que se deben tener en cuenta si uno piensa viajar y tiene un pequeño lagarto en casa y sobre el ciclo completo de vida de los hamsters.

Susana solo lee la nota sobre hamsters.

Sin querer recuerda el entierro del pequeño hamster, también los momentos previos.

La sorpresa inicial, las lágrimas, el silencio.

Mientras lee tiene siete años de nuevo y observa al pobre roedor enrollado en sí mismo sobre un fondo de serrín.

Solo.

Endurecido.

Frágil.

Como una mota de polvo o una enorme bola de pelo.

Siente culpa al principio porque debió cuidarlo mejor, pero luego se siente libre y sospecha de su madre como la asesina.

-Pasas todo el tiempo pendiente de ese animal, le dijo, horas después durante la cena.

Susana abriga al animal muerto en una suerte de abrazo de despedida.

Luego lo acerca a la luz para verlo bien.

Lo inspecciona con dedicación y cuidado.

No quiere olvidarlo.

Llora.

De pronto, el animal se mueve, ¿o le parece a ella?.

Apenas la patita trasera.

Una vibración leve. 

Como un bebe cuando despierta.

Lo deja caer al suelo sin darse cuenta de su descuido.

Pero esta muerto, lo ha matado mi madre, pensará más tarde, al sorber la sopa durante la cena.

De otro modo no hubiera permitido que el montículo de tierra permaneciese en su jardín hasta que la cera de la vela se hubiera consumido por completo.

¿En verdad se movía?.

No es posible.

David está muerto.

Lo recoge del suelo y lo lleva a la luz otra vez.

Cerca de la bombilla.

Ahora es la otra patita la que tiembla.

Se restrega los ojos con las mangas del pijama.

Sus sentidos no la engañan.

El animal está resucitando.

Ella lo está resucitando.

Miedo.

Eso es lo que siente.

No puedo ser Dios porque no me corresponde, decide.

Apenada, hace un hueco en el césped, acomoda al roedor dentro, y le dice adiós, antes de sepultarlo para siempre.

Desde entonces han pasado 19 años.

Pero eso no importa.

Ahora es cuando su vida da un vuelco.

Estamos en la tercera línea del quinto párrafo de la página 38:

"Los roedores campestres guardan periodos de invernación que pueden ser tan largos como los de los osos. Durante estos periodos se enrollan en posición fetal para mantener la temperatura mínima. Es importante que el dueño del animal tome conciencia de esto para no exponer a la criatura a una fuente de calor artificial como una lámpara o una estufa, lo cual interrumpiría el necesario y reparador sueño de la criatura tal y como lo hace la llegada de la primavera".

Se le prende una luz en conciencia.

Se le irriga una zona del cerebro que creía inexistente.

Se revela una suerte de plan que la rebasa.

Un manual de procedimientos, un compendio de operaciones.

Pierde por un instante la orientación.

Nunca ha sentido tanta claridad con respecto a sus acciones.

Nunca, sin embargo, las ha visto de forma tan nebulosa.

Necesita una pala.

Siente la necesidad de equilibrar las cosas.

Está en el patio trasero.

Hace un agujero en el jardín impecable.

Como una orden que obedece gustosa.

En él, un niño abrigado con colchas.

Un mandato y luego lo cubre de tierra.

Una vela corona el promontorio y ella se siente libre.

Susana vuelve a la cama y termina de leer el artículo.

Luego duerme muy tranquila hasta la mañana siguiente.

Afuera empieza una leve llovizna.

Se escucha un llanto bajo la tierra.

La llama de la vela palpita hasta apagarse.

Susana aún no lo sabe, pero al despertar ira a comprarse una mascota.

viernes, 27 de julio de 2012

Recuerdo.....



Mi primer recuerdo es el olor del suelo y el sonido de la fregona.

Al menos eso creo.

Maderas brillantes colocadas una al lado de la otra como si fueran un rompecabezas o un juego de dominó.

Música de fondo: ruido de máquina, ¿dónde he leído eso?.

Recuerdo el largo pasillo de mi casa y también una colina verde en cuya cima había un árbol.

Era buena para rodar y para jugar a precipitarse.

Recuerdo el olor de la hierbabuena en los desayunos del domingo y mi primer pan con mermelada de melocotón.

Era mi cumpleaños, sospecho, y yo había preguntado sobre el extraño cambio del menú matutino.

Pero de nada de eso estoy seguro.

Tampoco estoy seguro de la luz intensa del sol, reflejada mil veces en las partículas de polvo que se levantaban al final de la escalera, cuando mi mama limpiaba la alfombra de la sala de televisión.

Ni de haber visto un montón de cohetes.

Sí, del coche francés y de un autobús de dos pisos.

De Cantinflas tengo una memoria menos clara.

De los payasos solo me queda una foto.

De mi tío bajo una luz de bengala me acuerdo como si fuera ayer.

Me gustaban los cubos (me gustan) y me hacia una torre con los asientos de la cocina.

Además tenía unos soldaditos de plástico verde. ¿Qué estarán haciendo en este momento?.

Creo que mi primer amigo fue un albañil que leía El Principito y que estaba acabando de construir la casa del vecino.

Mi primera frustración (mi madre lo ha negado mil veces) fue tener que quedarme sentado horas porque no quería acabarme las lentejas. ¡Puaj!.

Mi primera culpa fue cuando me escape a liberar a un muñeco que había sido encarcelado como castigo en el escusado.

De mi primera alegría no me acuerdo.

Pero creo que eso es un buen síntoma.

Y no tengo idea de por qué me han venido todas estás cosas a la cabeza y me ha dado por hablar de ellas.

Ya está hecho.

lunes, 23 de julio de 2012

Copa



El señor del saco gris empaqueta una caja de fosforos.

Su señora esposa le sugiere que doble en tres partes al hombre de la calle que lleva puesto un sombrero de copa.

-Ya tengo dónde sentarme -responde-, y es un buen momento para recoger hojas de los árboles.

La señora, ofendida por la súbita mala conducta de su marido, se quita la peluca y hace con ella un arbol de navidad.

Luego, sin venir a cuento, le da un beso al hombre de la calle y este le apreta un pezón.

De pronto el piso se agrieta entre los esposos y alguien dice: "prefiero una buena dentadura".

Ahora un abismo atraviesa la habitación y los separa.

El señor del saco gris al otro lado de la profunda grieta observa a su mujer simulando un orgasmo.

Entonces, como si nada, tararea una canción popular, se acuesta en el sillón reclinable y erupta satisfecho.

Definitivamente, hoy no viajará.

miércoles, 18 de julio de 2012

Olaberri el macabro


Olaberri era un pesimista jovial. No encontraba en el mundo más que vanidad y aflicción de espíritu. No tenía fe más que en la cal hidráulica y en el cemento armado. Para él, detrás de toda satisfacción venía algo negro y doloroso, que eran principalmente las facturas.

-¿Ve usted esa chica que se ha casado con el carabinero? -me preguntó hace tiempo con aire de profunda conmiseración.

-Sí.

-¡Qué infelices! Ahora mucha alegría, ¿eh?, y de viaje, pero luego ya vendrán las facturas.

A Olaberri le preocupaban las facturas. Para Olaberri, que era contratista en pequeño, las facturas eran como la sombra de Banquo, que aparece en el banquete de la vida.

Si Olaberri hubiera tenido el sentido estadístico de nuestro amigo Berecoche, ya difunto, diría que en la vida hay un 75 por ciento de facturas.

-Ya le he dicho al párroco -me contó una vez-: usted, con un cubo de agua y un hisopo, ya tiene para todo el año, y a vivir bien; nosotros, en cambio, pobres contratistas, siempre a vueltas con las facturas.

Olaberri tenía gustos macabros. Había construido en el cementerio varios sepulcros y trasladado cadáveres y huesos y algunos cuerpos recién muertos.

Al hacer la descripción de estos traslados sentía, sin duda, un ardor explicativo de artista medieval y macabro. Los huesos, las calaveras revueltas con tierra, los trozos de hábito o de ropa, la madera podrida de los ataúdes, todo daba pábulo a su charla pintoresca.

Al relatar el traslado de algún cuerpo recién enterrado, se lucía; entonces los detalles realistas eran tan terribles que a cualquier persona sencilla se le ponían los pelos de punta.

Salían a relucir los busanos blancos y las gurgujas verdes, y al último la gente no sabía si temblar de asco o echarse a reír.

Él no tenía repugnancia por nada.

-Los mejores caracoles que hay comido -solía decir-, los hay cogido en la tumba del difunto párroco. Nunca los hay comido mejores.

Pío Baroja

viernes, 13 de julio de 2012

Perrito


Al principio nadie lo vio, porque todo pasó muy rápido.

Andaba balanceandose a ritmo de mariachis por el borde de la acera, como un equilibrista llevando un paraguas imaginario en una mano, y, en la otra un pañuelo de colores que se retorcía con el movimiento de su cuerpo y el del viento. Todo parecía una sola cosa. Una maquinaria de funcionamiento impredecible.

Quiso el azar por desgracia, a juzgar por lo que pasó después, que se distrajera con un pensamiento vago. Entonces no hubo quien deshiciera lo andado y ya sabemos todos que no siempre se puede volver sobre nuestros pasos.

Puso un pie firme delante del otro y se precipitaron las acciones: el borde de la zapatilla ortopédica se abrió hacia un costado y trató en vano de mantener un equilibrio precario sobre el piso resbaladizo, luego cedió a sus ansias de volar y se fue libre hacia atrás dejándolo a él trastabillando con cuidado, tropezando primero con su pierna destemplada, doblando las rodillas de inmediato, y luego de una breve levitación, cayendo horizontal sobre el cemento. Se oyó un ruido seco. Como el que se escucha en las películas cuando se cierra una puerta. La culpable zapatilla fue a parar a unos metros de distancia, sin vida eso sí, pero alegre.

Descerrajado el cráneo, el hombre fue más consciente que nunca: las ideas cantaron glorias mientras brotaban de sus sesos y se fueron volando a los cielos -¡aleluya, aleluya!-, mientras una multitud de curiosos debatía sobre la pertinencia de dejar en la acera ese rojo tan intenso o limpiarla para que nadie se tropezase otra vez.

Y es que nunca la calle se vio tan bonita ni se vio a los vecinos tan contentos.

Cuando todos se retiraron el cuerpo quedó allí, sonriente.

Y de pronto, como cosa del destino, un perrito moteado ladró algo que nadie entendió. Luego echó su chorrito y desapareció con la tarde.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Cadena perpetua.

La humanidad ha logrado su gran sueño.......... la inmortalidad, gracias a los avances médicos y a la tecnología, ya nadie morirá.



Pero yo....... yo solo deseo morir, desde que oí mi condena.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Retaguardia

Batalla de la Selva de Teutoburgo, pintura de Otto Albert Koch (1909).



Creyeron que moriría de hambre, cuando Cayo Cornelio Bruto me ordenó quedarme en la retaguardia vigilando la retirada.......¡cómo reían!.


Durante muchos días me he alimentado de escarabajos, sobreviviendo en este inhóspito terreno.


Pero....... que más da, quizás creyeron que les iba a avisar de que.........................................


hordas de bárbaros iban tras ellos..

martes, 21 de septiembre de 2010

El libro de arena



La línea consta de un número infinito de puntos; el plano, de un número infinito de líneas; el volumen, de un número infinito de planos; el hipervolumen, de un número infinito de volúmenes... No, decididamente no es éste, more geométrico, el mejor modo de iniciar mi relato. Afirmar que es verídico es ahora una convención de todo relato fantástico; el mío, sin embargo, es verídico.


Yo vivo solo, en un cuarto piso de la calle Belgrano. Hará unos meses, al atardecer, oí un golpe en la puerta. Abrí y entró un desconocido. Era un hombre alto, de rasgos desdibujados. Acaso mi miopía los vio así. Todo su aspecto era de pobreza decente. Estaba de gris y traía una valija gris en la mano. En seguida sentí que era extranjero. Al principio lo creí viejo; luego advertí que me había engañado su escaso pelo rubio, casi blanco, a la manera escandinava. En el curso de nuestra conversación, que no duraría una hora, supe que procedía de las Orcadas. Le señalé una silla. El hombre tardó un rato en hablar. Exhalaba melancolía, como yo ahora.


-Vendo biblias -me dijo.


No sin pedantería le contesté:


-En esta casa hay algunas biblias inglesas, incluso la primera, la de John Wiclif. Tengo asimismo la de Cipriano de Valera, la de Lutero, que literariamente es la peor, y un ejemplar latino de la Vulgata. Como usted ve, no son precisamente biblias lo que me falta.


Al cabo de un silencio me contestó:


-No sólo vendo biblias. Puedo mostrarle un libro sagrado que tal vez le interese. Lo adquirí en los confines de Bikanir.


Abrió la valija y lo dejó sobre la mesa. Era un volumen en octavo, encuadernado en tela. Sin duda había pasado por muchas manos. Lo examiné; su inusitado peso me sorprendió. En el lomo decía Holy Writ y abajo Bombay.


-Será del siglo diecinueve -observé.


-No sé. No lo he sabido nunca -fue la respuesta.


Lo abrí al azar. Los caracteres me eran extraños. Las páginas, que me parecieron gastadas y de pobre tipografía, estaban impresas a dos columnas a la manera de una biblia. El texto era apretado y estaba ordenado en versículos. En el ángulo superior de las páginas había cifras arábigas. Me llamó la atención que la página par llevara el número (digamos) 40.514 y la impar, la siguiente, 999. La volví; el dorso estaba numerado con ocho cifras. Llevaba una pequeña ilustración, como es de uso en los diccionarios: un ancla dibujada a la pluma, como por la torpe mano de un niño.


Fue entonces que el desconocido me dijo:


-Mírela bien. Ya no la verá nunca más.


Había una amenaza en la afirmación, pero no en la voz. Me fijé en el lugar y cerré el volumen. Inmediatamente lo abrí. En vano busqué la figura del ancla, hoja tras hoja. Para ocultar mi desconcierto, le dije:


-Se trata de una versión de la Escritura en alguna lengua indostánica, ¿no es verdad?


-No -me replicó.


Luego bajó la voz como para confiarme un secreto:


-Lo adquirí en un pueblo de la llanura, a cambio de unas rupias y de la Biblia. Su poseedor no sabía leer. Sospecho que en el Libro de los Libros vio un amuleto. Era de la casta más baja; la gente no podía pisar su sombra, sin contaminación. Me dijo que su libro se llamaba el Libro de Arena, porque ni el libro ni la arena tienen principio ni fin.


Me pidió que buscara la primera hoja.


Apoyé la mano izquierda sobre la portada y abrí con el dedo pulgar casi pegado al índice. Todo fue inútil: siempre se interponían varias hojas entre la portada y la mano. Era como si brotaran del libro.


-Ahora busque el final.


También fracasé; apenas logré balbucear con una voz que no era la mía:


-Esto no puede ser.


Siempre en voz baja el vendedor de biblias me dijo:


-No puede ser, pero es. El número de páginas de este libro es exactamente infinito. Ninguna es la primera; ninguna, la última. No sé por qué están numeradas de ese modo arbitrario. Acaso para dar a entender que los términos de una serie infinita aceptan cualquier número.


Después, como si pensara en voz alta:


-Si el espacio es infinito estamos en cualquier punto del espacio. Si el tiempo es infinito estamos en cualquier punto del tiempo.


Sus consideraciones me irritaron. Le pregunté:


-¿Usted es religioso, sin duda?


-Sí, soy presbiteriano. Mi conciencia está clara. Estoy seguro de no haber estafado al nativo cuando le di la Palabra del Señor a trueque de su libro diabólico.


Le aseguré que nada tenía que reprocharse, y le pregunté si estaba de paso por estas tierras. Me respondió que dentro de unos días pensaba regresar a su patria. Fue entonces cuando supe que era escocés, de las islas Orcadas. Le dije que a Escocia yo la quería personalmente por el amor de Stevenson y de Hume.


-Y de Robbie Burns -corrigió.


Mientras hablábamos, yo seguía explorando el libro infinito. Con falsa indiferencia le pregunté:


-¿Usted se propone ofrecer este curioso espécimen al Museo Británico?


-No. Se le ofrezco a usted -me replicó, y fijó una suma elevada.


Le respondí, con toda verdad, que esa suma era inaccesible para mí y me quedé pensando. Al cabo de unos pocos minutos había urdido mi plan.


-Le propongo un canje -le dije-. Usted obtuvo este volumen por unas rupias y por la Escritura Sagrada; yo le ofrezco el monto de mi jubilación, que acabo de cobrar, y la Biblia de Wiclif en letra gótica. La heredé de mis padres.


-A black letter Wiclif! -murmuró.


Fui a mi dormitorio y le traje el dinero y el libro. Volvió las hojas y estudió la carátula con fervor de bibliófilo.


-Trato hecho -me dijo.


Me asombró que no regateara. Sólo después comprendería que había entrado en mi casa con la decisión de vender el libro. No contó los billetes, y los guardó. Hablamos de la India, de las Orcadas y de los jarls noruegos que las rigieron. Era de noche cuando el hombre se fue. No he vuelto a verlo ni sé su nombre. Pensé guardar el Libro de Arena en el hueco que había dejado el Wiclif, pero opté al fin por esconderlo detrás de unos volúmenes descalabrados de Las mil y una noches.


Me acosté y no dormí. A las tres o cuatro de la mañana prendí la luz. Busqué el libro imposible, y volví las hojas. En una de ellas vi grabada una máscara. En ángulo llevaba una cifra, ya no sé cuál, elevada a la novena potencia.


No mostré a nadie mi tesoro. A la dicha de poseerlo se agregó el temor de que lo robaran, y después el recelo de que no fuera verdaderamente infinito. Esas dos inquietudes agravaron mi ya vieja misantropía. Me quedaban unos amigos; dejé de verlos. Prisionero del Libro, casi no me asomaba a la calle. Examiné con una lupa el gastado lomo y las tapas, y rechacé la posibilidad de algún artificio. Comprobé que las pequeñas ilustraciones distaban dos mil páginas una de otra. Las fui anotando en una libreta alfabética, que no tardé en llenar. Nunca se repitieron. De noche, en los escasos intervalos que me concedía el insomnio, soñaba con el libro.


Declinaba el verano, y comprendí que el libro era monstruoso. De nada me sirvió considerar que no menos monstruoso era yo, que lo percibía con ojos y lo palpaba con diez dedos con uñas. Sentí que era un objeto de pesadilla, una cosa obscena que infamaba y corrompía la realidad. Pensé en el fuego, pero temí que la combustión de un libro infinito fuera parejamente infinita y sofocara de humo al planeta.


Recordé haber leído que el mejor lugar para ocultar una hoja es un bosque. Antes de jubilarme trabajaba en la Biblioteca Nacional, que guarda novecientos mil libros; sé que a mano derecha del vestíbulo una escalera curva se hunde en el sótano, donde están los periódicos y los mapas. Aproveché un descuido de los empleados para perder el Libro de Arena en uno de los húmedos anaqueles. Traté de no fijarme a qué altura ni a qué distancia de la puerta.


Siento un poco de alivio, pero no quiero ni pasar por la calle México.



Jorge Luis Borges



Leyendo este relato del inigualable Borges, pienso que, describe de una forma asombrosa la Red.

sábado, 24 de abril de 2010

Memoria

Hoy es el día, por fin se ha decidido, irá sola.


Le sudan las manos, está nerviosa, le tiemblan las piernas, la frutera parece simpática.


- ¿Me pone un kilo de, de...... ?, y señala la fruta con el índice.


¡Mandarinas, mandarinas!- piensa....¿porqué no se acordaba?.


Sabia de sobra que eran mandarinas, ¿porque no dijo lo que quería?.


Vagó la mirada por los estantes, aquello eran tomates, al lado calabacines, y...eso era......¿qué era?.


Paga con un billete, siempre lo hace y simula que controla el cambio, pero, cuando le piden algo para redondear, se desorienta del todo, pone las monedas en la palma de su mano y deja que escojan lo que quieran.


¿Porqué diantres cambiaron al euro?, piensa.


¡Oiga, señora! se olvida las mandarinas.


-(Putas mandarinas), es curioso algunas palabras le salen facilmente.


Mañana volverá al supermercado, comprará productos envasados y pagará con la tarjeta, así nadie se dará cuenta.


Entre lágrimas recuerda un articulo en el que se decía que la memoria y el lenguaje nos hace humanos.


Es Martes y tiene sesión con la logopeda, sube con el ascensor pero al salir no reconoce la planta, se ha equivocado, le suele pasar, la puerta se cierra a su espalda, se ha quedado absorta mirando a unos jóvenes que van en sillas de ruedas, excepto algún enfermero que cruza atareado, algunos hablan mientras otros se desplazan con soltura, parece que hacen ejercicio o simplemente gastan la energía que les sobra, de una parte a otra, una y otra vez, cree recordar haber visto en algún sitio un comportamiento así, repetitivo. Piensa en lo jóvenes que son; en como puede cambiar la vida en un instante; en lo estúpida que se siente por sentirse tan mal por lo que le ha sucedido....


Se da la vuelta y avisa al ascensor, llegará tarde. A su lado frena derrapando una silla de ruedas, se asusta y baja la vista mirando al culpable a la cara, él le sonríe, ella le devuelve la sonrisa.


-¿Subes?


Yo también. Los ascensores de los hospitales tardan mucho. Es culpa de la gente que se empeña en tocar todos los botones a la vez. ¿Qué impacientes!. Ya esta aquí. ¿A qué planta vas?. Ah. ¿Que te paseas en el ascensor?. Hoy hace un día fantástico...¿Te han dicho que tienes unos ojos preciosos?. ¿Ha sido un accidente de moto, verdad?, a mí me gustaban mucho, ahora ya no....ahora les tengo miedo, bueno, le tengo miedo a casi todo, hasta a hablar. Pero cuentame lo que quieras, yo te escucharé, podríamos salir a pasear, yo te ayudaría con los obstáculos y tú hablarías por mí, podríamos ser amigos....


-¿Subes?


Entonces yo también. Estoy tan harto de estar aquí encerrado, que suelo pasear en el ascensor arriba y abajo. Me gusta hablar con gente que no sea del entorno del hospital. Mis padres viven lejos, suelen venir los fines de semana y mi novia, al poco de pasar esto, me dejó, si bien yo la ayudé a hacerlo, no quería que cargara conmigo, no se lo merecía, aunque, ahora la echo de menos. ¿Vienes a visitar a alguien?. ¿Por cierto, te han dicho que tienes una sonrisa muy bonita?. Me podrías enseñar tus sitios preferidos de esta ciudad y alguna palabra en valenciano para vacilar con los colegas de la planta.


Parece que el tiempo se ha detenido en el breve trayecto del ascensor, un tiempo lleno de silencios.


-¿Bajas aquí?- le pregunta ella.


-No, solo paseaba un rato.


Un simple adiós, pero se cruzan miradas complices y sonríen los dos.


Ella se aleja por el pasillo mientras se cierra la puerta del ascensor......


Es martes de nuevo, pero no tiene que volver al hospital, le han dado el alta, el último análisis que le realizaron mostraba todos sus parámetros dentro de la normalidad.


¿Qué bien, piensa, un certificado de normalidad. Seguirá yendo al super.


A la misma hora, una silla de ruedas recorre de un extremo a otro los ascensores de entrada al hospital.

lunes, 19 de octubre de 2009

Pequeña historia

Colgando de un hilo la luna llena iluminaba la primera noche de invierno, hacia frío y mi abrigo no era suficiente, allí en la parada del bus, tiritando, seguía de pie, esperándola.....


Desde bien pequeña, me enseñaron a estar bonita. Siempre elegante, con una sonrisa eterna. Nunca pregunté el porque, me daba vergüenza, pero hoy a pesar del frío, quería estarlo, tenía una cita y..........llegaba tarde. ..aunque creo que le haré esperar un poco más, pero...y si cuando llegue ya se ha ido? y si piensa que soy solamente otra chica superficial por haber sido mi imagen la causa de mi tardanza? miró el reloj, ¡Dios que tarde era!., mientras las manecillas devoraban el tiempo. - ¿Quizá se ha arrepentido? pensó...


Y refugiándose en la marquesina, mentalmente le dio media hora más.
La media hora pasó, bueno mucho más de media hora, así que aterido de frío, se volvió a casa, cabizbajo y algo mosqueado, aunque para sí se decía, ¿igual le ha pasado algo?, todo menos reconocer que en la primera cita con una chica, esta le había dejado plantado.
Apesadumbrado introdujo la llave en la cerradura, buscó algo de comer en la nevera, ¡que vacía estaba!, .-mañana compraré algo, se dijo.....y cogiendo un triste huevo que le quedaba, se hizo un revuelto.
Recogió la mesa, mientras en la cabeza, le daba vueltas a que no tenia ningún dato de ella, se conectó a internet, no sin pensar, que tenia miles de amigos virtuales, pero que no obstante estaba solo, al cabo de un rato aburrido, se acostó.
Su sueño se pobló de pesadillas y en ellas siempre perdió él, así que a la mañana siguiente, cansado y con ojeras, dejó su orgullo colgado detrás de la puerta y salió a desayunar, camino al trabajo.


Algo más de media hora más tarde de la convenida se escuchaban acercarse hacia la solitaria parada del bus el sonido de unos tacones. Cualquiera que escuchara ese sonido diría que la dueña de esos zapatos caminaba nerviosa, temerosa de no encontrar algo que buscaba...de repente el taconeo se paró en seco y poco después unos sensuales ojos cargados de un rimel que no podía disimular esa mirada sombría comenzaban a buscar incansablemente por los alrededores del lugar donde se encontraban. Esta vez los tacones sonaron tímida y lentamente para llevar a su dueña al asiento de la parada, donde tomó asiento pensativa. Aunque no hablaba, podían escucharse sus reflexiones: ¿Habrá venido y se iría cansado de esperarme, o ni siquiera se presentó? Poco después tomó un taxi que la llevó a la puerta de su casa, que tardó en abrirse ya que su dueña tenía los ojos empañados en lágrimas y no podía atinar con la cerradura. ¿Eran lágrimas de rabia por haber llegado tarde, o quizás de humillación porque un hombre le había dado plantón en la primera cita? Una vez cruzó el arco de la puerta los zapatos rojos de tacón alto fueron lanzados con fuerza hacia un rincón, donde quedaron volteados. Mientras tanto ella se dirigió a la nevera, para acabar en el sofá junto a una enorme tarrina de helado y a una montaña de pañuelos arrugados de papel. Por fin el sueño venció su frustración y se fue a la cama. A la mañana siguiente no tenía que trabajar, ya que había cambiado el turno a su compañera por si la noche anterior se alargaba, pero se levantó temprano y decidió desayunar fuera, justo en la cafetería de la zona de oficinas. Pidió un café con tostadas, y mientras esperaba su desayuno encontró en su bolso una foto tamaño carnet que le había enviado una persona que no había visto en su vida y a la que tenía que haberlo hecho la noche anterior. Mientras saboreaba el humeante café, apareció por la puerta un rostro masculino que le resultaba familiar. Abrió de nuevo su bolso para volver a mirar la foto... ¡era él!.

Decidió entrar en la cafetería que quedaba en la zona de oficinas, aunque no era su sitio preferido, sin saber que su corazón era el que guiaba sus pasos, de reojo se fijó en una chica sentada sola, mientras se acercaba a la barra, se dio cuenta que ella buscaba algo en su bolso, entonces se dio cuenta.....
-¡Hostia!, si es.....y se percató que no sabia ni su nombre.
Su mente trabajó en segundos a la velocidad de la luz...¿me acerco?, ¿paso?........ufffffffff ¿que hago?.
Y antes de responderse ya estaba plantado enfrente de ella, diciéndole:
¿Hola, soy Andrés, te acuerdas de mi?
Ella por un momento, pareció sorprendida.
Y de sus labios perfectos salieron estas palabras:
- ¡Oye, mira, no te conozco de nada, además estoy esperando a mi novio¡
Si el día empezó mal, ahora estaba destrozado, lentamente se dio media vuelta y salió del local, sin nisiquiera percatarse de que el camarero le llamaba, colgó sus manos en los bolsillos y caminó despacio hacia el trabajo, en su interior ya tenia claro que aquella chica no era para él, aunque seguía sin saber porqué le había dado plantón y ahora le hacia una cicatriz en su autoestima, cuando él había visto la foto que le había enviado y que ella intentó guardar apresuradamente..
Hundió un poco más la cabeza en sus hombros y se dispuso a pasar un día de trabajo muy largo.
Pasó todo el día repasando lo sucedido, al final lo clasificó todo en compartimentos y lo enterró en lo más hondo de su cerebro, sabía que en un par de días, aquello sería agua pasada o eso creia.
Caminó desganado, compró algo en el supermercado de abajo, dejó las llaves en el recibidor y se dispuso a darse una reconfortante ducha, estaba enjabonandose la cabeza cuando sonó el móvil.
¡joder...parece que lo hagan a proposito!
-¡dime!
-¡hey nano, que tal tu cibercita!.¿quieres que nos tomemos unas birras?
- ¡De cine, no veas que pibón, tío!. Ok, de acuerdo, nos vemos dentro de un rato.
Hay que ver lo fantasmas que somos los tíos, pensó, acabó de asearse, se puso sus boxers, se ajustó los vaqueros rotos, encerró sus pies en piel, pilló una camiseta que cubrió con un sueter y se puso la cazadora desgastada que tanto le gustaba, una vez "uniformado" salió a la calle oliendo a Hugo Boss.
Montó en su vieja Harley, a sus 32, soltero y con un empleo que aunque no era el que habia soñado, se permitía ciertos "caprichos".
El casco parecía devorar las luces, cuando de repente una masa de metal se interpuso en su camino, su cuerpo en un gracioso escorzo dibujó el aire, para acabar aplastado en el asfalto, oyó gritos y la gente se arremolinó a su alrededor, antes de perder el conocimiento creyó verla allí.
Mareado, despertó en la habitación de algún hospital, un collarín abrazaba su cuello, las muñecas vendadas y un gotero prendido en el brazo, tenia un intenso dolor de cabeza que adornaba con un aparatoso vendaje a modo de turbante, su pierna izquierda pendía escayolada de una polea y aparte de una bata azul, no llevaba nada más cubriendo su magullado cuerpo.
-¡hola, mamá!.
-¡hola, hijo!, ¡que susto me has dado!.
-lo siento, mami, pero ya sabes que tengo la cabeza dura.
-yo lo creo hijo mio, ya lo creo.
Sonrió y vio que ella se relajaba.
-Buenos días, ¿como tenemos al accidentado?
Quien así hablaba era el doctor, que acababa de entrar en la habitación.
- Hummm no sé, aparte de estar algo mareado, me duele la cabeza, .....(por lo demás estoy como una rosa, no te jode, pensé).
- Bien, bien, buena señal, mira tienes una ligera conmoción cerebral, ya puedes agradecer el llevar el casco puesto, un esguince cervical, que es lo que te produce mareo y dolor de cabeza, tienes las dos muñecas dislocadas, lo más seguro que de amortiguar el golpe y el fémur roto por dos sitios, así que has tenido mucha suerte, podría haber sido peor.
Ahora resulta que había tenido "mucha" suerte, con un par y tan pancho, mucha suerte es que me toque la primitiva, esto es una putada., no quiero ni pensar que opina este tío de la mala suerte, mejor no le pregunto.
-Pues vale, doctor, recojo mis cosas y me voy a jugar al fútbol, le dije.
-jajajajaja, me temo que para eso, pasará un tiempo, antes tendrás que esperar a que el fémur suelde bien, para ello te hemos colocado una férula, por lo demás no te preocupes, en unos días pasaran las molestias.
Este tío era una tralla, si no podía ni cogérmela para mear.
-¿gracias, por todo doctor! le dijo mi madre.
- No hay de qué, señora, solo hacemos nuestro trabajo.
Y salió de la habitación, si decirme cuanto tiempo iba a estar postrado allí.
- Bueno mamá, ya has escuchado al médico, así que no te vas a pasar todo el santo día metida aquí y menos por la noche, hay enfermeras que cuidarán de mí, así que descansa y sigue con tu vida, que yo estoy bien.
- De acuerdo hijo, no te molestaré con cosas de viejas, pero no creas que vas a librarte tan fácilmente de mí, ¡por cierto!, hijo, ahora que me acuerdo, esta tarde vendrá a verte la chica del accidente, ¿sabes?, me ha contado muchas cosas de ti, incluso sabe tu nombre, aunque dice que no es amiga tuya, ya verás lo simpática y guapa que es.
- Esta bien, mamá, pero me gustaría no recibir visitas aún, estoy mareado y no tengo ganas de nada.
- Pero Andrés, hijo, si solo quiere disculparse, no sabes lo mal que lo está pasado esa chica.
- Bueno, pero no quiero visitas, ¡vale!
Dios, quien entiende a las madres, ahora resulta que casi me mato en un accidente y la que lo provoca le cae bien, encima resulta que la que lo pasa mal es ella, pues ya quisiera yo verla en mi situación, aunque conociendo a mi madre seguro que está tramando algo.

La mañana avanzó lentamente por la ventana, se quedó dormido a pesar de la posición de su cuerpo, le despertaron las enfermeras con la comida, preguntaron si podía apañarse solo, les dijo que si, e inmediatamente se dijo idiota, cuando se dio cuenta de que las manos le dolían horrores, a duras penas, consiguió comer.
Avisó y le retiraron la bandeja, su mirada vagó por la habitación, aún no tenia compañero de cuarto.
-mejor, pensó.
Luego medio adormilado, (debía de tener algún medicamento en el suero que le daba somnoliencia), trato de repasar todo lo que le había sucedido en aquellas horas, en ello estaba cuando se quedó dormido de nuevo.
Nadie fue a visitarlo.
Soportó siete días de tracción, otra semanita de postoperatorio y a casa.
La rodilla se le quedó rígida y la verdad, le dolía, le saltaban las lagrimas cada vez que hacia rehabilitación, luego poco a poco fue apoyando la pierna, los días pasaron con la lentitud que la vida se toma cuando uno no tiene muchas cosas que hacer y se aburre, mas adelante abandonó una muleta, luego la otra, y le costó andar sin ellas, era normal, (dijeron los médicos), ya que los músculos se atrofiaban.
Su madre se instaló en su apartamento y aguantó sus rabietas.
Los amigos le ayudaron todo lo que se espera de ellos.
El seguro pagó todos los gastos.
Al cabo de ocho meses y muchas placas, le dieron el alta, aunque él pensaba que aún no estaba bien, pues tenia la impresión de que la pierna se la había quedado algo más corta.
El platino era para él, aunque los clavos se los quitarían más adelante.

Se vio andando como el protagonista de "House", caminaba distraido pensando como le había cambiado la vida en un instante, cuando oyó que le llamaban por su nombre.
¡¡¡Andrés!!!,
¡¡¡Andrés!!!.
volvió la cabeza y la última persona que se podria imaginar, venia hacia él.

-"¡Hola!, sólo quería saber como estas".
-"Bien", contestó.

-"¿Bien a secas?",
-"Sí".

-"¿Y como ha ido todo?", ¿qué tal el trabajo?.
-"Igual que siempre...regular, ya sabes".

-"¿No eres muy hablador, verdad?"
-"Puede, estoy un poco apático".

-"Creí que te alegrarías de verme",
-"Pues, no, ¿porqué?.

-"¿Y, ni siquiera me has echado de menos?",
-"Solo echo de menos mi moto".

Vio que ella hacia un mohín de disgusto, realmente estaba siendo borde, pero ¡que diantres pretendía!, despues de tanto tiempo.

-"¡Touché!, sé que no me he comportado bien contigo, aunque quería que supieras que fui yo la que provocó el accidente y que me siento fatal desde entonces".

Se cogió la cabeza con las dos manos,
-"jajajaa, es lo que me faltaba, jajajajaaa", estupendo, si has venido a que te perdone, pues, te perdono y nos olvidamos, ¿vale?"

Asintió ligeramente con la cabeza, parecía buscar algo en su mente, entonces él aprovechó para alejarse, no sin soltarle:
"¿por cierto, recuerdos para tu novio?" quería ser irónico....
-"Y si te apetece, un día de estos, te llamo y quedamos para tomar café".
Aunque sabia perfectamente que no tenia ningún dato de ella y por tanto era una forma de quedar bien..... relativamente. Siguió alejandose despacio, dejandola pensativa.

-"!Oye!", gritó, pero, no quiso volver la cabeza.
-"¡Oye!,¡tio!", gritó de nuevo, entonces la miró y esperó.
-"¡Te piensas que eres muy gracioso, pues a mí no me hace nada de gracia!"
-"!A qué crees que he venido, para que me trates así!"
-"¡Es que pretendes humillarme!".
-"¡No mendigo tú perdón, y, menos así!".
-"¡Idiota, más que idiota, ni siquiera te diste cuenta que desde el momento en que te ví, me enamoré de tí, que solo de estar ante ti, me tiemblan las piernas, que me he mortificado todo este tiempo por ser tan estúpida que me he arrepentido mil millones de veces por llegar tarde a aquella cita, que cometí el error más grande de mi vida al mentirte, solo por mi inseguridad, de que casi te mato, de llorar impotente al no saber de ti, de que solo la idea de no verte, ya me hace daño!".

Si en ese momento lo pinchan, no le sacan sangre, él que pretendía ignorarla, recetarle su misma medicina, no pudo hacer otra cosa que ir a su encuentro.
-¡Niña, que cáracter!, ahora ella lloraba quedamente.
Le hizo gracia verla así, tan desvalida, despues de aquella explosión de genio, estaba encantandora.
Se reflejó en aquellos hermosos ojos verdes, bañados en lágrimas y se sumergió en ellos.


Los coches paseaban calle arriba, calle abajo, buscando la mirada de la gente, la ciudad enmudecida de repente los observaba con las ventanas abiertas y ellos en cuerpo y alma fundidos, se sabían por encima de todo, comprendiendo cuando se abrazaron, que ya no era posible, la vida separados.

Hablaron de todo, se tocaron, se besaron, era tanta la necesidad que tenían el uno del otro, que pasaron una eternidad reconociendose. El amor fluía por cada poro de sus cuerpos.
Era tanta su felicidad, que se preguntaron porque habían desaprovechado el tiempo, porque habían sido tan idiotas, despues de las conversaciones que tuvieron por el chat, de las coincidencias, de lo soberanamente tontos que fueron al no dejar fluir las cosas y sobre todo el no haber aprovechado aquella cita a "ciegas" que el destino quería ver triunfar.

Dio una vuelta.



Despertó y la buscó a su lado.

Le dolía intensamente la pierna, eso era que el tiempo iba a cambiar, al menos eso le habian asegurado.

Medio dormido aún, se dio cuenta que todo había sido un sueño, ¡joder!, era tan real, que aún tenia el sabor de su piel en los labios.

Se levantó, pesadamente, con la sangre rota presintiendo que no la encontraría.

Orinó.

Se rascó las partes y se dispuso a preparar un suculento desayuno de tostadas con mantequilla y frambuesa.