lunes, 3 de septiembre de 2012

Amanece


Amanece de un color fucsia.

Dentro, el economista hace aspas de molino en la alcoba.

Mientras, declara con voz solemne:

-Cuando ponga dos tomates sobre las cuencas de los ojos habré llegado a un punto neutro.

La mujer inflable lo miró con desgana, un tanto irritada y escupió un ramillete de flores.

-Entonces deberías considerar variar un poco las cosas en el espejo -respondió.

Al economista le empezó a palpitar una vena de la frente.

-No pedí el desayuno en la cama -concluyó tajante.

La mujer quedó en silencio por un rato.

Luego le dio por saltar como una marioneta.

La puerta del dormitorio quedó cerrada como un sepulcro.

-Pero ayer dijiste que la señal iba a ser un zumbido. -se atrevió a decir al fin cuando se detuvo, exhausta.

Él la miró furioso.

Vio en sus ojos un coche averiado, una nube con forma de haba.

Muy decidido, sacó un estilete de su oreja y la reventó en el acto.

La mujer inflable, no pensó, mientras se esparcía en pedazos por toda la habitación.

-Estoy llena de aire - suspiró.

-Ese no es mi problema -reflexionó el economista en voz alta.

Luego volvió a la cama para temblar de frío.

Eran las 6 y cuarto.

-Nunca más resolveré una operación matemática, pensó bajo una lluvia de confetti.

-Desde ahora prefiero que los astros decidan mi destino.

-En el fondo estoy un poco harto de hacerme cargo de él yo mismo.

De pronto se escucha el llanto de un niño y cierra los ojos.

En otra parte, una mujer riega el jardín con la sopa de letras de la noche anterior.

Luego se quita con los dientes un callo de los pies, señalando al cielo con el dedo corazón.

-No creo que sea importante -dice su hijo de pupilas dilatadas.

Un tractor de juguete pasa a recoger la basura y debajo de la tierra se tensan las tuberías.

-Qué diablos.

-De todos modos pensaba sembrar espárragos.

El niño recoje tres piedras, da una voltereta y cae como una hoja marchita.

La mujer se acuesta a un lado y canta una canción de cuna.

-Esta noche cenaremos caracoles -dice.

Entonces los dos se ponen de pie y regresan abrazados a casa.

Cerca en un parque melancólico, un hombre está sobre el tejado de la casa gris.

-Me he mudado -dice con voz cavernosa.

Luego continua mordiéndose las uñas mientras piensa en números primos.

En el piso siete también amanece.

A Dino, el perro, esto no le importa.

Ladra en portugués un rato y luego hace la siesta.

En su sueño hay algo similar a flores y todo huele a azufre.

En el parque los niños cantan en torno a un viejo árbol.

-Las horas no suelen pasar tan lentas, dicen y el hombre del tejado cae como una piedra sobre la acera.
 

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