Según estos historiadores la ley daba pie a los maridos a solicitar de las mujeres que les echaran el aliento para cerciorarse de que no olian a alcohol.
En aquella época las mujeres tenían las llaves de las bodegas y solo les estaba permitido beber vino cocido, con lo cual el alcohol se evaporaba, además de un vino elaborado con pasas y mezclado con azafrán o mirra para darles un buen aliento.
Al estar en Roma prohibidas las manifestaciones públicas de amor, esta práctica se realizaba en "privado", no obstante la mujer que era "pillada" con el aliento lleno de alcohol, era severamente castigada, al igual que las adúlteras.
Y aunque al principio la ley solo obligaba a la exhalación del aliento, poco a poco se añadieron otras, como prohibir que guardaran las llaves de la bodegas para evitar que tuviesen un fácil acceso al vino y también quedaban al margen de las celebraciones ya que el vino corría en ellas, y, según se cuenta en el banquete triunfal del general romano Lúpulo se bebieron cuatro millones de litros.
También cabria destacar que el consumo medio de cada hombre en la antigua Roma se cifraba entre uno y cinco litros/día.
Pero lo que más hizo por el beso tal y como lo conocemos, fue que rizando la norma, además de controlar el aliento el marido debía saborear los labios de sus mujeres y no es difícil imaginar en que acabó aquello.
Y una ley que pretendía acabar con la ebriedad de la mujer, se esparció de boca a boca y se hizo tan pasional que acabó escandalizando a la propia Roma.
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