miércoles, 23 de septiembre de 2009

HISTORIA DEL PRINCIPE Y LA TORTUGA GIGANTESCA

Se cuenta, entre lo que se cuenta, que, en la antigüedad del tiempo y el pasado de la edad y del momento, había un poderoso sultán a quien el Retribuidor había concedido tres hijos.

Y estos tres hijos, que eran varones indomables y heroicos guerreros, se llamaban: el mayor, Schater-Alí, (principe Alí); el segundo, Schater-Hossein, y el más pequeño, Schater-Mohammad.

Y el tal pequeño era con mucho el más hermoso, el más valiente y el más generoso de los tres hermanos.

Y su padre los quería con igual cariño, por lo que había resuelto dejar, después de su muerte, una parte igual de sus bienes y de su reino a cada uno.

Porque era justo y leal.

Y no quería favorecer a uno con detrimento de los otros, ni perjudicar a uno en beneficio de los otros.

Y cuando llegaron ellos a la edad de casarse, su padre el rey se vio perplejo y vacilante, y para tomar consejo, llamó a su visir, hombre sabio, íntegro y lleno de prudencia, y le dijo: "¡Oh visir mío! tengo muchas ganas de hallar esposas para mis tres hijos, que están en edad de casarse, y te he llamado para contar con tu opinión sobre el particular".

Y el visir reflexionó durante una hora de tiempo, luego levantó la cabeza y contestó: "¡Oh rey del tiempo! ¡se trata de una cosa muy delicada!".

Después añadió: "La suerte y la mala suerte están en lo invisible; y nadie podría forzar los decretos del Destino. Por eso mi idea es que los tres hijos de nuestro señor el rey dejen a su destino la elección de sus esposas. Y a tal fin, lo mejor que pueden hacer los tres príncipes es subir a la terraza de palacio con su arco y sus flechas. Y allí se les vendarán los ojos y se les hará dar varias vueltas. Tras de lo cual, cada uno de ellos tirará una flecha desde donde se haya parado. Y se visitarán las casas sobre las cuales caigan las flechas; y nuestro señor el sultán llamará al propietario de cada una de estas casas y le pedirá en matrimonio a su hija para el príncipe propietario de la flecha correspondiente, ya que la joven habrá sido escrita así en su suerte por el Destino".

Cuando el sultán oyó estas palabras de su visir, le dijo: "¡Oh visir mío! tu consejo es un consejo excelente, y tendré en cuenta tu opinión".

Y al punto hizo llamar a sus tres hijos, que volvían de caza; y les participó la decisión tomada con respecto a ellos entre él y el visir, y subió con ellos a la terraza de palacio, seguido de sus visires y de todos sus dignatarios.

Y cada uno de los tres príncipes, que habían subido a la terraza con su arco y su carcaj, escogió una flecha y tendió su arco, y les vendaron los ojos.

Y el hijo mayor del rey, después de que le hicieron girar sobre sí mismo, apuntó con su flecha el primero desde donde se había parado.

Y la flecha, lanzada por la cuerda muy floja, voló por los aires y fue a caer en la morada de un gran señor.

Y el segundo hijo del rey lanzó a su vez su flecha, que fue a caer en la terraza del oficial mayor de las tropas del reino.

Y el tercer hijo del rey, que era el príncipe Schater-Mohammad, lanzó su flecha en la dirección en que se había vuelto.

Y la flecha fue a caer en una casa a cuyo propietario no se conocía.

Y fueron a visitar las tres casas consabidas.

Y resultó que la hija del gran señor y la hija del oficial del ejército eran dos jóvenes como lunas.

Y sus padres llegaron al límite del contento por casarlas con dos hijos del rey.

Pero cuando fueron a visitar la tercera casa, que era aquella donde había caído la flecha de Schater-Mohammad, advirtieron que no estaba habitada más que por una gigantesca tortuga solitaria.

Y el sultán, padre de Schater-Mohammad, y los visires y los emi­res y los chambelanes vieron a la tortuga, que vivía completamente sola en aquella casa, y se asombraron prodigiosamente.

Pero como ni por un instante había que pensar en dársela por esposa al príncipe Schater­Mohammad, el sultán decidió repetir la experiencia.

Y, por consiguiente, el joven príncipe volvió a subir a la terraza, llevando al hombro su arco y su carcaj, y ante toda la concurrencia lanzó una segunda flecha a la suerte.

Y la flecha, conducida por su Destino, fue a caer precisamente sobre la casa habitada por la enorme tortuga solitaria.

Al ver aquello, el sultán quedó extremadamente contrariado, y dijo al príncipe: "Por Alah, ¡oh hijo mío! que la bendición no guía hoy tu mano.

¡Ruega al Profeta!" Y contestó el joven: "¡Sean con Él, con Sus compañeros y con Sus fieles la salutación y las bendiciones!" Y el sultán repuso: "¡Invoca el nombre de Alah y lanza la flecha para hacer la experiencia por tercera vez!" Y dijo el joven príncipe: "¡En el nombre de Alah el Clemente sin límites, el Misericordioso!" Y aflojando su arco lanzó por tercera vez la flecha, que, dirigida por el Destino, fue a caer una vez más sobre la casa en que vivía solitaria la enorme tortuga.

Cuando el sultán vio sin género de duda que la prueba era tan precisa y tan fehaciente en favor de la tortuga gigantesca, decidió que su hijo menor, el príncipe Schater-Mohammad, se quedase soltero.

Y le dijo "¡Oh hijo mío! ¡como esa tortuga no es de nuestra raza, ni de nuestra especie, ni de nuestra religión, más vale que no te cases con nadie hasta que Alah nos vuelva a Su gracia!"

Pero Schater-Moham­mad exclamó: "¡Por los méritos del Profeta! (¡con El la plegaria y la paz!), la época de mi soltería ha pasado; y puesto que la tortuga me ha sido escrita por el Destino, consiento en casarme con ella".

Y contestó el sultán en el límite del asombro: "Ciertamente, ¡oh hijo mío! te ha sido escrita la tortuga por el Destino; pero ¿desde cuándo los hijos de Adán toman por esposas a las tortugas? ¡Se trata de una cosa prodigiosa!".

Pero el príncipe contestó: "¡A esa tortuga es a la que quiero por esposa, y no a otra!"

Y el sultán, que amaba a su hijo, no intentó contrariarle ni apenarle, y volviendo de su decisión, dio su consentimiento para tan extraño matrimonio.

Y se celebraron grandes fiestas y grandes regocijos y grandes festines, con danzas, cantos y conciertos de instrumentos, en honor de las bodas de Schater-Alí y Schater-Hossein, los dos hijos mayores del sultán.

Y cuando transcurrieron los cuarenta días y las cuarenta noches que duraron los festejos de cada boda, los dos príncipes entraron en los aposentos de sus esposas en la noche nupcial, y consumaron su matrimonio con toda felicidad y gallardía.

Pero cuando tocó el turno a las bodas del joven príncipe Schater­Mohammad con su esposa la enorme tortuga solitaria, los dos hermanos mayores y las dos esposas de ambos hermanos, y los padres, y todas las mujeres de los emires y de los dignatarios, negaron su presencia a la ceremonia, y no perdonaron nada para que aquellos festejos resultasen entristecedores y lúgubres.

Así es que el joven príncipe quedó muy humillado en su alma, y sufrió toda clase de vejaciones en miradas, sonrisas y espaldas vueltas.

Pero en cuanto a lo que pasó durante la noche nupcial, cuando el príncipe entró en el aposento de su esposa, nadie lo pudo saber.

Porque todo pasó tras el velo, que sólo pueden penetrar los ojos de Alah.

Y lo mismo ocurrió la siguiente noche y las demás noches. ¡Y asombrábanse todos de que hubiese podido celebrarse semejante unión!.

Y ninguno comprendía cómo un hijo de Adán podía cohabitar con una tortuga, aunque fuese tan grande como un tonel de los mayores.

¡Y esto es lo referente a las bodas del príncipe Schater-Mohammad con su esposa la tortuga!

Por lo que respecta al sultán, los años, las preocupaciones del reino y las emociones de todas clases, sin contar la pena que le había producido el matrimonio de su hijo pequeño, curvaron su espalda y adelgazaron sus huesos.

Y enflaqueció, y amarilleó, y perdió el apetito.

Y con sus fuerzas disminuyó su vista y se quedó completamente ciego.

Cuando sus tres hijos, que querían a su padre tanto como les quería él, vieron el estado en que se hallaba, resolvieron no dejar que cuidasen de su salud las mujeres del harem, que eran ignorantes y supersticiosas; y pensaron de qué medios se valdrían para devolver a su padre las fuerzas con la salud.

Y dieron con uno, y tras de besar la mano al rey, le dijeron: "¡Oh padre nuestro! he aquí que tu tez amarillea y disminuye tu apetito y se debilita tu vista.

¡Y si las cosas continúan así, no nos quedará más remedio que desgarrarnos las vestiduras de color por perder contigo nuestro sostén y nuestro guía!.

Es preciso, pues, que escuches nuestro consejo, porque somos tus hijos y tú eres nuestro padre.

Opinamos que en adelante deben ser nuestras esposas quienes te preparen el alimento, y no las mujeres de tu harén.

Porque nuestras esposas son muy expertas en arte culinario, y guisarán para ti manjares que te devolverán el apetito, y con el apetito las fuerzas, y con las fuerzas la salud, y con la salud la excelencia de la vista y la curación de tus ojos enfermos".

Y el sultán se conmovió mucho ante aquella atención de sus hijos, y les contestó: "Que Alah os inunde con Sus gracias, ¡oh hijos de vuestro padre!, ¡Pero eso va a ser una mo­lestia muy grande para vuestras esposas ... !

Mas ellos empezaron a protestar, diciendo: "¡Una molestia! ¿Pues no son tus esclavas? ¿Y qué tienen que hacer de más urgencia que preparar manjares que contribuyan a tu restablecimiento?

Y hemos pensado ¡oh padre! que lo mejor para ti sería que cada una te preparara una bandeja de manjares cocinados por ella, a fin de que tu alma pueda escoger entre todos el que te sea más agradable por el aspecto, por el olor y por el sabor.

Y de tal suerte te volverá la salud y curarán tus ojos".

Y el sultán los abrazó y les dijo: "¡Vosotros sabréis mejor que yo lo que me conviene!"

Y en vista de aquella innovación, que los regocijó hasta el límite del regocijo, los tres príncipes fueron en busca de sus tres esposas, y les mandaron que prepararan cada cual una bandeja de manjares que fuesen admirables a la vista y al olfato.

Y cada uno estimuló a su esposa respectiva, diciéndole: "¡Es preciso que nuestro padre prefiera los manjares de mi casa a los de la casa de mis hermanos!"

Y, entretanto, los dos hermanos mayores no cesaron de burlarse de su hermano menor,
preguntándole con mucha ironía qué iba a enviar su esposa, la enorme tortuga, para hacer volver el apetito a su padre y dulcificar el paladar.

Pero él no contestaba a sus preguntas e interrogaciones más que con una sonrisa tranquila.

En cuanto a la esposa de Schater-Mohammad, que era la gigantesca tortuga solitaria, no esperaba más que aquella ocasión para demostrar de lo que era capaz.

Y en aquella hora y en aquel instante puso manos a la obra.

Y empezó por enviar a la esposa del hijo mayor del rey su servidora de confianza, con encargo de pedirle que tuviera la bondad de recoger para ella, la tortuga, todas las cagarrutas de las ratas y ratones de su casa, ya que ella, la tortuga, tenía una necesidad urgente de aquello para condimentar el arroz, los rellenos y los demás manjares, y nunca se servía de otros condimentos que de aquellos.

Y al oír semejante cosa, se dijo la esposa de Schater-Alí: "¡No, por Alah! me guardaré mucho de dar esas cagarrutas de ratas y ratones que me pide esa miserable tortuga.

¡Porque ya sabré yo utilizarlas como condimentos mejor que ella!".

Y contestó a la servidora: "Siento tener que contestar con una negativa. ¡Pero, por Alah, que apenas si me basta para mi uso personal la cagarruta de que dispongo!".

Y la servidora volvió a llevar esta respuesta a su ama la tortuga.

Entonces la tortuga se echó a reír, y se convulsionó de alegría.

Y envió su servidora de confianza a la esposa del segundo hijo del rey, con encargo de pedirle toda la basura de pollos y de palomas que tuviese al alcance de la mano, bajo pretexto de que ella, la tortuga, tenía una apremiante necesidad de aquella para salpimentar los manjares que preparase para el sultán.

Pero la servidora volvió al lado de su ama sin nada en la mano y con ásperas palabras en la lengua de parte de la esposa de Schater-Hossein.

Y la tortuga, al no ver nada en manos de su servidora, y al oír las palabras ásperas que llevaba en la lengua de parte de la esposa del segundo hijo del sultán, se bamboleó de satisfacción y de contento, y se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero.

Tras de lo cual preparó los manjares como mejor sabía, los colocó en la bandeja, tapó la bandeja con una tapadera de mimbre, y lo cubrió todo con un pañuelo de lino perfumado de rosa.

Y mandó a su fiel servidora que llevara la bandeja al sultán, mientras que, por su parte, las otras dos esposas de los príncipes hacían llevar las suyas por esclavas.

Y llegó, pues, el momento de la comida; y el sultán sentose ante las tres bandejas; pero en cuanto se levantó la tapa de la bandeja de la primera princesa, se exhaló de ella un olor infecto y nauseabundo de cagarruta de rata capaz de asfixiar a un elefante.

Y al sultán le afectó tan desagradablemente aquel olor, que le dio vueltas la cabeza y se cayó desmayado, con los pies junto al mentón.

Y sus hijos se apresuraron a rodearle, y le rociaron con agua de rosas, y le abanicaron y consiguieron hacerle recobrar el conocimiento.

Y al acordarse entonces de la causa de su indisposición, no pudo por menos de dar rienda suelta a su cólera contra su nuera y abrumarla de maldiciones.

Y al cabo de cierto tiempo se le pudo calmar, y tanto y tanto hubo de porfiársele, que se le decidió a que probara la segunda bandeja.

Pero en cuanto se la destapó, llenó la sala de un olor atroz y fétido, como si acabasen de quemar allí la basura de todas las aves de corral de la ciudad.

Y aquel olor penetró en la garganta, en la nariz y en los ojos delicados del desdichado sultán, que a la sazón creyó que se iba a quedar ciego del todo y a morir.

Pero se apresuraron a abrir las ventanas, y a llevarse la bandeja causante de todo el mal, y a quemar incienso y benjuí para purificar el aire y contrarrestar el mal olor.

Y cuando el asqueado sultán respiró un poco el aire libre y pudo hablar, exclamó: "¿Qué daño he hecho a vuestras esposas ¡oh hijos míos! para que así maltraten a un anciano y le caven la tumba en vida? ¡Eso es un crimen que castiga Alah!".

Y los dos príncipes esposos de las que habían preparado las bandejas se mostraron muy cariacontecidos, y contestaron que aquello era una cosa que escapaba a su entendimiento.

Y, entretanto, el joven príncipe Schater-Mohammad fue a besar la mano de su padre, y le suplicó que olvidara sus impresiones desagradables para no pensar más que en el gusto que le iba a dar la tercer bandeja.

Y el sultán, al oír aquello, llegó al límite de la cólera y de la indignación, y exclamó:
"¿Qué dices, ¡oh Schater-Mohammad!? ¿Te burlas de tu anciano padre? ¿Que toque yo ahora a los manjares preparados por la tortuga, cuando los preparados por dedos de mujeres son ya tan horribles y tan espantosos? Bien veo que entre los tres ha­béis jurado hacer estallar mi hígado y darme a beber de un trago la muerte".

Pero el joven príncipe se arrojó a los pies de su padre, y le juró por su vida y por la verdad sagrada de la fe que la tercer bandeja le haría olvidar sus tribulaciones, y que él, Schater-Mohammad, consentía en tomarse todos los manjares si no eran del agrado de su padre.

Y suplicó y rogó e insistió e intercedió con tanto fervor y tanta humildad en favor de la bandeja, que el rey acabó por dejarse ablandar, e hizo seña a un esclavo para que levantara la tapa de la tercer bandeja, mientras pronunciaba la fórmula: "¡Me refugio en Alah el Protector!"

Pero he aquí que, al ser levantada la tapa, se desprendió de la bandeja de la tortuga un tufillo compuesto de los más suaves aromas de cocina, y tan exquisito y tan deliciosamente penetrante, que en el mismo momento se dilataron los abanicos del corazón del sultán, y se ensancharon los abanicos de sus pulmones, y se estremecieron los abanicos de sus narices, y le volvió el apetito desaparecido desde hacía tanto tiempo, y se abrieron sus ojos y se aclaró su vista.

Y se le puso sonrosado el color y reposado el aspecto de su rostro.

Y estuvo comiendo sin interrupción durante una hora de tiempo.

Tras de lo cual bebió un excelente sorbete de almizcle y nieve machacada, y regoldó de gusto varias veces con regüeldos que partían del fondo de su estómago satisfecho.

Y en el límite de la holgura y del bienestar, dio gracias por Sus beneficios al Retribuidor, diciendo: "¡Al Gamdú lilah!"

Y no supo cómo expresar a su hijo pequeño lo satisfecho que estaba de los manjares cocinados por su esposa la tortuga.

Y Schater-­Mohammad aceptó las felicitaciones con modestia para no dar envidia a sus hermanos e indisponerlos contra él.

Y dijo a su padre: "¡Esto ¡oh padre! no es más que una pequeña parte de los talentos de mi esposa! ¡ Pero, si Alah quiere, día llegará en que le sea dado merecer con más razón tus cumplimientos!".

Y le rogó que, puesto que estaba satisfecho, fuese en lo porvenir la tortuga quien quedase encargada únicamente de suministrar todos los días las bandejas de manjares.

Y el sultán aceptó, diciendo: "De todo corazón paternal y afectuoso, ¡oh hijo mío!"

Y con aquel régimen se restableció completamente. Y también se le curaron los ojos.

Y para celebrar su curación y el recobro de su vista, el sultán dio en palacio una gran fiesta, con un festín magnífico, al cual convidó a sus tres hijos con sus esposas.

Y las princesas se arreglaron como mejor pudieron para presentarse al sultán de modo que hiciesen honor a sus esposos y les blanquease el rostro ante su padre.

Y la enorme tortuga también se arregló para que blanquease en público el rostro de su esposo a causa de la hermosura de su atavío y de la elegancia de su indumentaria.

Y cuando estuvo ataviada a su gusto, mandó a su servidora de confianza que fuese a ver a la mayor de sus cuñadas para rogarle que prestase a la tortuga el pato grande que tenía en su corral, porque la tortuga se proponía ir al palacio a caballo sobre tan hermosa montura.
Pero la princesa le contestó, por la mediación de la lengua de la servidora, que si ella, la princesa, tenía un pato tan hermoso, era para servirse de él para su propio uso.

Y al oír esta respuesta, la tortuga se cayó de trasero a fuerza de reír, y envió a la servidora a casa de la segunda princesa con encargo de pedirle, en calidad de simple préstamo por un día, el gran macho cabrío que le pertenecía.

Pero la servidora volvió al lado de su ama para transmitirle con su lengua una negativa acompañada de palabras agrias y comentarios desagradables.

Y la tortuga se convulsionó y se bamboleó y llegó al límite de la dilatación y de la holgura.

Y cuando llegó la hora del festín, y las mujeres de la sultana, por orden de su ama, se colocaron ordenadamente ante la puerta exterior del harén para recibir a las tres esposas de los hijos del rey, vieron alzarse de improviso una nube de polvo que se acercó rápidamente.

Y en medio de aquella nube apareció en seguida un pato gigantesco que corría a ras del suelo, espatarrado, con el pescuezo estirado; agitando las alas, y llevando a su lomo, encaramada de cualquier manera y con la cara demudada de espanto, a la primera princesa.

E inmediatamente detrás de ella, a caballo sobre un macho cabrío bramador y revoltoso, toda cascarrienta y polvorienta, aparecía la segunda princesa.

Y al ver aquello, el sultán y su esposa se disgustaron en extremo, y se les puso muy negro el rostro de vergüenza y de indignación.

Y el sultán rompió en reprimendas y reproches contra ellas, diciéndoles: "¡He aquí que, no contentas con haber querido mi muerte por asfixia y envenenamiento, queréis que sea yo la burla del pueblo, y comprometernos a todos y deshonrarnos en público!".

Y la sultana también las recibió con palabras airadas y ojos atravesados.

Y no se sabe lo que habría sucedido si no hubiesen anunciado la proximidad del cortejo de la tercera princesa.

Y el corazón del sultán y el de su esposa se atemorizaron; porque se decían: "Si han venido de este modo las dos primeras, que pertenecen a nuestra especie de seres humanos, ¿cómo va a venir la tercera, que pertenece a la raza de las tortugas?".

E invocaron el nombre de Alah, diciendo: "¡No hay recurso ni refugio más que en Alah, que es grande y poderoso!" Y esperaron la calamidad, conteniendo la respiración ...

Y he aquí que primero apareció en el meidán un equipo de corredores anunciando la llegada de la esposa del príncipe Schater-Mohammad.

Y en seguida avanzaron cuatro hermosos sais vestidos de brocado y de espléndidas túnicas con mangas que les arrastraban, gritando, con una larga vara en la mano: "¿Paso a la hija de reyes!".

Y apareció el palanquín, recubierto de estofas preciosas de hermosos colores, llevado en hombros de sombríos negros, y fué a detenerse al pie de las gradas de entrada.

Y salió de él una princesa vestida de esplendor y de belleza, a quien nadie conocía.

Y como esperaban que también se apease la tortuga, creyeron que aquella princesa era la dama de honor.

Pero cuando vieron que subía sola la escalera y que el palanquín se alejaba, se vieron obligados todos a reconocer en ella a la esposa de Schater-Mohammad, y a recibirla con todos los honores debidos a su rango y con toda la cordialidad deseable.

Y el corazón del sultán se dilató de satisfacción a la vista de aquella belleza, de su gracia, de su tacto, de sus buenas maneras y de todo el encanto que emanaba de ella y del menor de sus gestos o movimientos.

Y como había llegado el momento de tomar parte en el festín, el sultán invitó a sus hijos y a las esposas de sus hijos a situarse en torno de él y de la sultana.

Y empezó la comida.

Y he aquí que el primer manjar servido en la bandeja fué, como es de rigor, un gran plato de arroz cocido con manteca.

Pero antes de que nadie tuviese tiempo de probar un bocado, la hermosa princesa lo alzó por encima de ella y se lo vertió todo entero en los cabellos.

Y en el mismo momento todos los granos de arroz se convirtieron en perlas, que corrieron a lo largo de los hermosos cabellos de la princesa y se esparcieron a su alrededor y cayeron al suelo haciendo un ruido maravilloso.

Y sin dar tiempo a que los convidados hubiesen vuelto de su asombro frente a prodigio tan admirable, la princesa cogió una sopera grande que contenía un potajeverde y espeso de mulukhia, y se lo vertió tal como estaba sobre la cabeza.

Y el potaje verde se transformó al punto en una infinidad de esmeraldas del agua más hermosa, que corrieron a lo largo de sus cabellos y de sus vestidos, y se desparramaron en torno a ella, mezclando en el suelo sus hermosas tonalidades verdes con los albores puros de las perlas.

Y el espectáculo de aquellos prodigios maravilló en extremo al sultán y a los convidados.

Y las servidoras se apresuraron a poner en el mantel del festín otras bandejas de arroz y de potaje de mulukhia.

Y las otras dos princesas, muy amarillas de envidia, no quisieron quedar oscurecidas por el éxito de su cuñada, y cogieron a su vez los platos de manjares.

Y la mayor cogió el plato de arroz, y la segunda el plato de potaje verde. Y se los vertieron, respectivamente, en su propia cabeza.

Y el arroz siguió siendo arroz en los cabellos de la una y se le pegó de un modo terrible a la cabeza, pringándola.

Y el potaje verde siguió siendo potaje, y corrió por los cabellos y la cabeza de la otra, revistiéndola por entero de una capa verde semejante a la boñiga de vaca, pegajosa y horrible en extremo.

Y al ver aquello, el sultán se disgustó hasta el límite del disgusto, y mandó a sus dos nueras mayores que se levantaran de la sala para ponerse lejos de su vista.

Y les manifestó que no quería volver a verlas más, ni percibir su olor siquiera.

Y ellas se levantaron en aquella hora y en aquel instante, y se fueron de la presencia de él, con sus esposos, avergonzadas, humilladas y asqueantes. ¡Y esto es lo referente a ellas!

Pero en cuanto a la princesa maravillosa y a su esposo el príncipe Schater-Mohammad, se quedaron solos en la sala con el sultán, que los besó y los estrechó contra su corazón efusivamente, y les dijo: "¡Vosotros solos sois mis hijos!" .

Y al instante quiso inscribir el trono a nombre de su hijo menor, y congregó a los emires y a los visires, e inscribió ante ellos el trono sobre la cabeza de Schater-Mohammad, en calidad de herencia y sucesión, con exclusión de sus demás herederos.

Y les dijo a ambos: "Deseo que en adelante habitéis conmigo en palacio, porque sin vosotros me moriría indudablemente".

Y contestaron ellos: "¡Oír es obedecer! ¡Y tu deseo está por encima de nuestra cabeza y de nuestros ojos!"

Y la princesa maravillosa, para no verse tentada a volver a tomar su forma de tortuga, que podía ocasionar alguna emoción desagradable al viejo sultán, dió orden a su servidora de que le llevase el caparazón que había dejado en casa.

Y cuando tuvo el caparazón entre las manos, le prendió fuego hasta que se consumió.

Y desde entonces permaneció siempre bajo su forma de princesa. ¡Y gloria a Alah, que la dotó de un cuerpo sin defecto, maravilla de los ojos!.

Cuento árabe.

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