Antiguamente en lo que ahora son los países nórdicos los gobernadores comarcales para satisfacer sus bajas pasiones se beneficiaban a cuantas mujeres querían, una especie de derecho de pernada, no obstante esto parece ser que era considerado un honor.
Y como aviso en la puerta de la casa donde el gobernador intimaba con la mujer se colocaban los cuernos de un alce.
A lo que si la mujer en cuestión estaba casada, el marido mostraba orgullosamente los adornos del animal al vecindario, feliz de que el gobernador eligiera a su mujer.
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