viernes, 12 de junio de 2009

Atila

Esta anécdota que voy a contar, es real, aunque la historia a olvidado los hechos.
Corría el año 448 d.c. y el Imperio romano se desmoronaba a grandes pasos, las naciones "barbaras" cada vez se expandían más, sobrecargando los extensos límites del imperio.
Pero sin duda la gran amenaza se llamaba Atila "el azote de dios", que al mando de su fieros guerreros hunos, asolaban los territorios por donde pasaban.
Por aquella época Atila con su ejercito pensaba conquistar Persia, siendo rechazado lo que supuso que dirigiera su mirada de nuevo al rico y decadente Imperio Romano,, pero eso es otra historia que muchos ya sabéis.
El caso es que después de saquear diferentes ciudades a su paso, matando, violando y esclavizando a sus habitantes, tuvo que atravesar el desierto, el y sus guerreros una tropa que según se cuenta era de 100.000 hombres a caballo.
En un punto de Persia que los habitantes de allí, llaman "la tostadora de trigo" por las altas temperaturas que alcanza allí el desierto, plantaron sus tiendas aquellos fieros guerreros.
A la mañana siguiente al alba, Atila sorprendió a todos, pues había encontrado en la arena un rosal, aquello pareció a aquellos hombres un designio de sus dioses, fueran quienes fueran.
Atila embelesado ante tanta belleza, estaba allí sentado en la arena, cabreando a sus hombres que no entendían el porque no salían de aquel horno lo antes posible.
Les preguntó si no veían la fragilidad y al mismo tiempo la fortaleza de aquella planta en un medio tan hostil, ellos acojonados asentían por miedo a perder el cuello.
Así pasaron la siguiente noche, no decidiéndose nadie a apremiar a su jefe, pues temían que los persas aprovecharan ese tiempo para organizarse, cosa que hicieron, hasta que el más valiente o quizá el más ingenuo de aquellos hombres, le recriminó porque no la dejaba o la cortaba y se marchaban de allí pues el sol hacia mella en ellos.
Atila mandó ajusticiarlo, aunque en su fuero interno luchaba con esas ideas, hasta que en un arrebato, cogió una rosa del rosal, sus hombres curtidos en duras batallas, se quedaron boquiabiertos, pero Atila poniéndose de todos los colores, gritó, cosa que hizo que sus hombres se cagaran de miedo y es que el hombre en su afán se había clavado las espinas de la rosa, nunca nada tan bello, tan frágil le había echo tanto daño.
A raíz de este incidente, las naciones de todo el mundo se acordarían de él, pues aunque los persas consiguieron parar su avance, por allí donde pasó la hierba no volvió a crecer, ni por supuesto las rosas, lo comprobaréis cuando vayáis de viaje al desierto ya que por mucho que busquéis no encontrareis ni una, solo aquellas que atila destruyó y que el sol y el viento convirtieron en piedra.

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