viernes, 12 de junio de 2009

El Fotofago

Supongo que no habréis oído hablar de este animal, es igual, pues está extinto y la culpa es mía.

Hace muchos años vivía yo en Canadá, en la aldea semi poblada de Riskpelat, rodeado de montañas y bosque extensos, allí mi vida era plácida, hasta que un día en una de mis excursiones me perdí en una de aquellas bellas y frondosas montañas.

Después de dar mil vueltas, buscando rastros y sin conseguir orientarme y avanzando inexorablemente la noche en aquellas frías alturas, me decidí por cobijarme entre las raíces de uno de aquellos inmensos árboles.

Cansado como estaba, no tarde en caer en un profundo sueño, al despertarme algo olisqueaba mis pies y me asusté, era un fotofago, por si no lo sabéis os lo describiré, grande como un oso pequeño, su pelaje es marrón con pintas negras y su cabeza parecida a un perro, así que me acurruqué cuanto pude en aquel hueco, pero el animal lejos de tenerme miedo se fue acercando lentamente, hasta que dí un alarido y salió huyendo.

Al cabo de un rato me decidí a salir de allí, mirando constantemente a mi espalda, pues temía algún ataque de aquella fiera, sin resultado, pues no hallaba indicios ni caminos por donde aventurarme, hasta que descubrí de noche y desesperado una gruta, que me pareció bastante segura y allí me decidí a pasar la segunda noche.

El sol de la mañana me despertó, me encontraba hambriento y sediento, pues en todo este tiempo, ni siquiera me plantee la búsqueda de agua, mucho menos de comida, pensando que encontraría rápidamente el camino al pueblo.

Con la luz de la mañana, inspeccioné la cueva y cual no fue mi sorpresa en ver al temido fotofago, allí a pocos pasos de mí, durmiendo todavía tranquilamente, había pasado la noche durmiendo prácticamente a su lado y ni siquiera lo había intuido, lo cual me hizo pensar que no debería ser un animal fiero, así que decidí quedarme a ver que hacía, de repente abrió los ojos y mirándome muy fijo, se desperezó y salió de allí como si yo no estuviese.

Vagué por aquella cueva, no sin fijarme que estaba limpia, y en lo más profundo de ella, encontré un manantial de agua, limpia, cristalina y fría que sació mi sed, pero no mi hambre, así que armándome con unos troncos y varias piedras, esperé a ver si aquel animal volvía para matarlo y así comérmelo.

Al cabo de unas horas o así me lo pareció, creí oír ruidos, cogí un buen tronco y me dispuse a esperar vigilando la entrada, cual no seria mi sorpresa al ver aparecer a aquel animal regresaba con un conejo entre los dientes, que depositó en el suelo, acercándomelo con el hocico.

Dejé el tronco y salí, se retiró para que cogiera el conejo, sentándose a escasos metros de mí, así que como pude improvisé un pequeño fuego, dentro de la cueva y me dispuse a preparar el conejo, con esfuerzo logré pelarlo y vaciarlo, mientras el fotofago, me seguía con la mirada, parecía disfrutar con cada paso de mis preparativos, cuando por fin conseguí ponerlo en el fuego y empecé a dar buena cuenta de él. Ya con el hambre más calmada le ofrecí una pata, se levantó y como si de un perrito se tratara la cogió de mi mano, mientras comía le acaricié el lomo y la cabeza, cosa que parecía gustarle y que repetí muchas veces, le llamé ines. (por la ayuda inesperada que me dio).

Pasé dos largos meses en aquella guarida, sin echar de menos la civilización y aunque dábamos largos paseos buscando comida y bayas, la mayoría de veces ines cazaba para mí.

Hasta que un día en uno de aquellos paseos ines gruño más de lo corriente, porque oía ruidos que yo no escuchaba, permanecí en silencio hasta que identifique los sonidos con golpes en la madera y eso solo podía provenir de la mano del hombre, así que nos dirigimos a la fuente del sonido y efectivamente eran leñadores, les dí un susto de muerte, presentándome así andrajoso y con aquel animal que ellos consideraban una leyenda.

Me contaron que el pueblo se había movilizado en mi busca y que después de muchos días me habían dado por desaparecido, temiendo que hubiera muerto en algún acantilado.

Me llevaron hasta el pueblo, donde me recibieron como a un héroe, siempre acompañado de mi inseparable ines, que no se despegó de mí en ningún momento.
Con el paso de lo días, en vez de dejar que volviera a su hogar, me dejaba fotografiar por la prensa y alardeaba de tener un animal único, tal era el grado de egoísmo que alcancé.

Y un día que no quiero recordar, vinieron unos hombres esgrimiendo una orden gubernamental con la que se llevaron a ines., no cabía la pataleta ni que el pueblo se pusiera a mi favor, reclamé e hice mil alegaciones e instancias, convoqué ruedas de prensa y no sirvió de nada.

Cuando después de varios meses, me comunicaron que ines estaba en el zoológico de una importante ciudad, después de que los científicos hubieron acabado con sus pruebas, así que cogí algunas cosas y me dirigí hacia allí.

Y en una vieja jaula sucia y maloliente, rodeada de curiosos, volví a reencontrarme con ines, cuando me vio, clavó su triste mirada en mí, parecía preguntarme ¿porqué?, y no tuve el coraje de sostener su mirada, le suplique perdón durante horas sin levantar la cabeza y cuando me echaron de allí, con lágrimas en los ojos, supe que no le volvería a ver.

Esa misma noche escapó de allí, con la mala fortuna de que al cruzar una carretera le atropelló un camión, quiero pensar que simplemente se dejo ir, todo antes que morir lentamente en aquella cárcel.

Me marché de aquella ciudad, volví a mi pueblo y desde entonces vivo en las montañas, recordando a ines.

Su cuerpo embalsamado, con un cartelito a los pies, que dice "el último fotofago", es, aún hoy, la mayor atracción de un Museo que nunca pisaré.

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