Encontraron el cuerpo, tendido en el sofá, en un piso, lleno de suciedad.
Una vecina fue la que llamó a las ambulancias, cuando el olor traspasaba las puertas de su piso para adueñarse del bloque entero.
Una vecina que, cuando se llevaron el cadáver, entró en su casa y recogió todos sus recuerdos para meterlos en una caja de zapatos de niños.
Una vecina que vivió en el miedo de decirle que la mujer que nunca lo quiso y el, habían tenido una hija.
Una hija que nació meses después de la separación y a la que su mujer no quiso nunca.
Una hija solitaria, que no conoció el amor, y que enterró a su madre sin una lágrima.
La misma hija que solo tuvo valor para instalarse a vivir en el mismo bloque que el y que nunca se atrevió a mirarle ni a la cara en el ascensor.
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