domingo, 5 de agosto de 2012

Hamster

Susana ha cumplido seis años y no le gusta jugar a Dios.

Tampoco a mamás, ni a cocinitas, ni a médicos, simplemente no juega.

Ni se interesa por la escuela ni por la comida, y lo mismo le da estar sentada frente a un televisor de 50 pulgadas que ante una pared desnuda.

Su madre, que es maniática, toda esta indiferencia le preocupa, qué clase de niña es esta, qué responsabilidades tendrá cuando crezca. 

Cómo reaccionará ante el mundo que le espera.

Por qué no se inmuta, altera o se afecta. ¿Dónde encontrará su sitio?.

¿Quien se hará cargo de ella?.

A la madre el silencio de la niña, su falta de interés le hace sentirse mal.

Según ella el asunto implica una suerte de aislamiento voluntario y disfuncional que cuestiona no solo la existencia saludable de su hija si no también los cimientos de la suya propia.

Porque si su niña no interactúa con las fuerzas que la rodean, entonces, ella ha fallado.

Porque Susana no es la hija que ha imaginado, por ello ella es una mala madre, un proyecto fracasado de fertilidad, una fruta que se pudre sin hechar semilla y ella es una mujer mayor.

Esta desesperada, nada de lo que han propuesto terapeutas, psicólogos y médicos en general ha servido, la niña sigue igual.

A Susana todas esas pruebas, análisis y terapias le quitan el apetito y no responde a los estímulos.

En su dormitorio las muñecas se amontonan, una sobre la otra, en una esquina.

Recluida en sí misma, su madre opta por ignorarla.

Susana solo se tranquiliza, sentada en una esquina como su montón de muñecas.

Una muñeca mas, inexpresiva, viendo pasar las horas sin moverse, ni apetecer nada.

Su madre mirándola piensa en el niño perdido antes de que Susana naciera y por ese medio pasó de inmediato a ser para ella el mejor hijo que cualquier mujer habría deseado.

-Mi hijo no haría esto, se repetía en silencio.

Solo una alternativa le queda pendiente para resolver el aislamiento de Susana.

Por su particular estado de ánimo y su persistente manía hacia el orden y la limpieza, había evitado por todos los medios comprar una mascota a su hija.

Y asi en su séptimo cumpleaños la niña, recibe, junto con una jaula, un pequeño y mofletudo hamster.

Al que llama David, que era, como le había contado su madre, el nombre de su hermanito no nato.

A partir de entonces el cambio es evidente: todos los días cambia el agua y el serrín del fondo de la jaula con puntualidad religiosa.

Luego se pasa horas, días enteros mirando con minuciosidad al animalito corriendo en su rueda sin fin, alimentandose, sorbiendo agua, rascándose las patas con los dientes y olfateando con su minúsculo hocico el aire que ella misma respiraba.

Susana y David eran felices juntos.

Pero la madre esta preocupada, la niña siente un interés desmedido por el animal, asunto muy positivo desde luego.

El problema es que ese interés, lejos de servir para motivarla, sigue manteniéndola aislada como al hamster en la jaula, solo que esta jaula es imaginaria.

Un día Susana despierta y ve que su hamster esta muerto.

Cuando su madre llega a casa no entiende qué hace una vela encendida sobre un montículo en el centro de su inmaculado jardín.

Susana está cansada y su comida son dos vasos de leche y tres tostadas.

Tiene veintiséis años y no le gusta jugar a Dios.

Sí a mamás, no a las cocinitas y menos a médicos.

Hace algunos meses que ha nacido David, su primer hijo.

Ha llegado en buen momento, porque desde que su madre falleció se siente un poco sola en la casa.

De hecho había considerado comprar una mascota, pero al saberse embarazada desecho la idea.

Del padre no sabe nada y tampoco quiere saber, solo que no fue algo grato y menos buscado.

Y menos ahora que le empieza a entrar sueño.

Le gusta leer un poco antes de dormir, un habito que su madre consiguió a base de esfuerzo.

La revista que tiene en la mano trata precisamente sobre animales domésticos.

La compró en un kiosco, una mañana de cielo gris.

La publicación trata sobre el cuidado del cabello de los caniches, las características a considerar a la hora de escoger la caja de arena ideal para cada especie de gato, las medidas que se deben tener en cuenta si uno piensa viajar y tiene un pequeño lagarto en casa y sobre el ciclo completo de vida de los hamsters.

Susana solo lee la nota sobre hamsters.

Sin querer recuerda el entierro del pequeño hamster, también los momentos previos.

La sorpresa inicial, las lágrimas, el silencio.

Mientras lee tiene siete años de nuevo y observa al pobre roedor enrollado en sí mismo sobre un fondo de serrín.

Solo.

Endurecido.

Frágil.

Como una mota de polvo o una enorme bola de pelo.

Siente culpa al principio porque debió cuidarlo mejor, pero luego se siente libre y sospecha de su madre como la asesina.

-Pasas todo el tiempo pendiente de ese animal, le dijo, horas después durante la cena.

Susana abriga al animal muerto en una suerte de abrazo de despedida.

Luego lo acerca a la luz para verlo bien.

Lo inspecciona con dedicación y cuidado.

No quiere olvidarlo.

Llora.

De pronto, el animal se mueve, ¿o le parece a ella?.

Apenas la patita trasera.

Una vibración leve. 

Como un bebe cuando despierta.

Lo deja caer al suelo sin darse cuenta de su descuido.

Pero esta muerto, lo ha matado mi madre, pensará más tarde, al sorber la sopa durante la cena.

De otro modo no hubiera permitido que el montículo de tierra permaneciese en su jardín hasta que la cera de la vela se hubiera consumido por completo.

¿En verdad se movía?.

No es posible.

David está muerto.

Lo recoge del suelo y lo lleva a la luz otra vez.

Cerca de la bombilla.

Ahora es la otra patita la que tiembla.

Se restrega los ojos con las mangas del pijama.

Sus sentidos no la engañan.

El animal está resucitando.

Ella lo está resucitando.

Miedo.

Eso es lo que siente.

No puedo ser Dios porque no me corresponde, decide.

Apenada, hace un hueco en el césped, acomoda al roedor dentro, y le dice adiós, antes de sepultarlo para siempre.

Desde entonces han pasado 19 años.

Pero eso no importa.

Ahora es cuando su vida da un vuelco.

Estamos en la tercera línea del quinto párrafo de la página 38:

"Los roedores campestres guardan periodos de invernación que pueden ser tan largos como los de los osos. Durante estos periodos se enrollan en posición fetal para mantener la temperatura mínima. Es importante que el dueño del animal tome conciencia de esto para no exponer a la criatura a una fuente de calor artificial como una lámpara o una estufa, lo cual interrumpiría el necesario y reparador sueño de la criatura tal y como lo hace la llegada de la primavera".

Se le prende una luz en conciencia.

Se le irriga una zona del cerebro que creía inexistente.

Se revela una suerte de plan que la rebasa.

Un manual de procedimientos, un compendio de operaciones.

Pierde por un instante la orientación.

Nunca ha sentido tanta claridad con respecto a sus acciones.

Nunca, sin embargo, las ha visto de forma tan nebulosa.

Necesita una pala.

Siente la necesidad de equilibrar las cosas.

Está en el patio trasero.

Hace un agujero en el jardín impecable.

Como una orden que obedece gustosa.

En él, un niño abrigado con colchas.

Un mandato y luego lo cubre de tierra.

Una vela corona el promontorio y ella se siente libre.

Susana vuelve a la cama y termina de leer el artículo.

Luego duerme muy tranquila hasta la mañana siguiente.

Afuera empieza una leve llovizna.

Se escucha un llanto bajo la tierra.

La llama de la vela palpita hasta apagarse.

Susana aún no lo sabe, pero al despertar ira a comprarse una mascota.

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