viernes, 31 de agosto de 2012

Prostitución IV




En la Edad Media, los prostíbulos se identificaban mediante un ramo de flores que se ponía en el dintel de la puerta, de ahí que se llamase rameras a sus inquilinas.

La influencia de la prostitución ambulante en las ferias y mercados es uno de los rasgos característicos de esta época que excedió considerablemente a la antigüedad en tal concepto.
Lo propio puede decirse de las grandes fiestas populares como las de los Santos, de Pascua y Carnaval, de los torneos, peregrinaciones y romerías.

En cuanto a las grandes expediciones militares como las de las cruzadas, hay que decir que los puertos de mar como Hamburgo, Venecia, Nápoles y Lisboa, eran centro de una enorme prostitución como lo atestiguan las poesías de la época.

No poca influencia ejercieron también en ella las gentes de condición servil, que no dejaron de existir en toda la Edad Media.

Así, en Bizancio, a pesar de las prohibiciones de la emperatriz Teodora, hubo un gran tráfico de esclavas. Lo propio en Italia y en Grecia, no obstante renovarse los edictos persiguiendo tan vergonzoso trato.

En las mancebías estaban tratadas las mujeres como verdaderas esclavas, y lo propio acontecía en todo el Oriente musulmán, lo que se refleja en la literatura de aquel tiempo.

Alfonso el Sabio de Castilla reglamentó ya la prostitución, ofreciendo cuadros vivos de ella las inmortales obras de Fernando de Rojas y del Arcipreste de Talavera.

Los castigos aplicados a los proxenetas, y que se encuentran en todos los países de Europa eran muchas veces ilusorios, y, cuando más, no tardaban en caer a poco en desuso.

En 1254, el Rey Luis IX decretó el destierro de todas las prostitutas de Francia, pero cuando comenzó a aplicarse el Edicto, se comprobó que la promiscuidad clandestina reemplazaba al anterior tráfico abierto, lo que indujo a revocarlo en 1256.

El nuevo decreto especificaba en qué zonas de París podían vivir las prostitutas, reglamentaba su forma de actuar, la ropa que podían usar y las insignias que las caracterizaba, se las sometía a una inspección y control de un magistrado policial, que llegó a ser conocido bajo la denominación de ‘rey de los alcahuetes, mendigos y vagabundos’.

En su lecho de muerte, Luis IX aconsejó a su hijo que renovara el Decreto de Expulsión, cosa que éste hizo con resultados similares a los anteriores.

En general, las prostitutas de la Edad Media ejercían su comercio como gremio reconocido, figurando en las entradas solemnes de príncipes en las poblaciones festejándoles con ofrendas de flores.

No era infrecuente tampoco que las visitasen entonces grandes dignatarios, que por otra parte las obsequiaban con regalos para bailes y festejos.

Tal ocurrió en Viena durante el reinado del emperador Segismundo en 1435 y en Praga en el del emperador Alberto II.

Las ordenaciones acerca del comercio de las prostitutas eran tan comunes como minuciosas, negándoseles, sin embargo, el derecho de ciudadanía a partir del siglo xv.

Se las obligaba a usar trajes especiales, separándolas de las mujeres honradas, incluso en las tumbas, reservándoselas lugar aparte en las iglesias.

Tampoco debe olvidarse que la escasa población y menor riqueza de las ciudades medievales impidieron el lujo y esplendor que acompañó al desarrollo de la prostitución en Grecia y Roma.

Sólo en el oriente bizantino e islamita se hallan ejemplos que recuerdan los de las modernas urbes mundiales en esta parte.

Donde más parece haberse concentrado el ejercicio de la prostitución es en las grandes villas universitarias, como Padua, Florencia, París, Heidelberg, Oxford y Salamanca.

Los moralistas no cesaron de clamar contra esta proximidad cual lo demuestran en el siglo xIII las invectivas de Jaime de Vitri.

Lo propio se observa en Italia por parte de Eneas, Silvio y del Panormita, condenando la inmoralidad de los estudiantes de Siena.

Era deber de los rectores vigilar que los estudiantes no saliesen de noche para evitar la frecuentación de tales mujeres. Sin embargo, tales disposiciones eran poco respetadas, renovándose sin cesar con los abusos y escándalos que se venían sucediendo.

En Inglaterra había una cadena de burdeles cerca del puente de Londres, que en un principio obtenía su licencia del Obispo de Winchester y luego del Parlamento.

En 1611 bajo el reinado de Enrique II se dictó una serie de ordenanzas, con las que se trató de evitar la propagación de las enfermedades venéreas. Por las mismas se prohibía a los dueños de los establecimientos que tuvieran mujeres atacadas por esas enfermedades, como también la admisión de hombres que sufrieran "males nefandos".

Con el advenimiento de la Reforma, las costumbres cambiaron totalmente, y se insistió sobre la necesidad imperiosa de la castidad.

En 1650, en Inglaterra se llegó a considerar la fornicación como una felonía, que al reiterarse podía acarrear la pena de muerte.

A partir de este año las prostitutas comenzaron a ser juzgadas por tribunales civiles y no eclesiásticos, se las condenaba por indecencia pública o alteración del orden.

En 1751 comenzaron a cerrarse los burdeles y desde entonces la legislación se ocupa de las ofensas contra la decencia en lugares públicos y trata de castigar, especialmente a los intermediarios de la prostitución.

En la España de los Austrias (s. XVI), para que una joven pudiese entrar en una mancebía, o casa pública de prostitución, tenía que acreditar con documentos ante el juez de su barrio ser mayor de doce años, haber perdido la virginidad, ser huérfana o haber sido abandonada por la familia, siempre que ésta no fuese noble.

El juez procuraba disuadir a la aspirante con una plática moral, y si no la convencía, le otorgaba un documento, donde la autorizaba para ejercer el oficio.

En el siglo xv, las mujeres se agrupaban en mancebías enormes, cercadas por murallas, en las que su número llegaba a centenares.

Estos establecimientos fueron reglamentados por Felipe II, suprimidos por Felipe IV, reimplantados por Carlos II, y legalizados, definitivamente, en 1865.

En América, la mancebía más importante fue la que se denominó Casa de Recogidas, fundada en La Habana en 1776.

Se permitió a algunas mujeres a que libremente se trasladaran al Perú, ya muy avanzada la conquista. Y entre estas se hallaban comprendidas las prostitutas llamadas "portuguesas".

Es decir, la prostitución parece haber llegado a América por la vía de la importación. Sin embargo, las nativas también fueron obligadas (de una u otra forma) a prostituirse.

Y aunque no se castigaba a las indígenas que eran seducidas, amancebadas o prostituidas por los españoles, estos recibían sanciones muy suaves.

Había también leyes de Indias tendentes a proteger el sexo débil indígena, tales como aquellas que prohibían que las indias fueran obligadas a acompañar en los viajes a los españoles y a salir de su residencia, igualmente tampoco se aceptaba por las autoridades denuncias de amancebamiento con clérigos si éstas no tenían el respaldo de las correspondientes pruebas, a fin y objeto de poner a las mujeres indígenas a salvo de calumnias y de las que se aprovechaban, como no, los clérigos.

Y la Iglesia al exponer la moral cristiana rechaza la prostitución, al igual que cualquier otro tipo de relación sexual fuera del matrimonio, ya que constituyen pecado grave, independientemente de la legislación estatal al respecto.

Expedificandolo como pecado de fornicación, que excluye del reino de los cielos al que lo comete, como declara S. Pablo a los de Corinto y a los de Éfeso [(1 Cor 6, 9-10), (Eph 5,5)].

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