lunes, 20 de agosto de 2012

Tarantismo




Al parecer, la primera sesión de tarantismo documentada se celebró a finales del siglo XIV en Tarento. De ahí que la danza sea conocida como tarantela y el animal que ocasionaba el mal como tarántula, aunque existen otras versiones para explicar el origen etimológico de ambos términos. Durante siglos se celebraron estas ceremonias en todo el sur de Italia, con el disgusto de la Iglesia Católica, que no tuvo más remedio que aceptarlas, pero que determinó que la curación de las pacientes no se debía en realidad a los efectos de la música, sino a la intercesión de San Pablo. En fin, la iglesia a lo suyo..

Lo cierto es que la tarantela se convirtió en la música popular del sur de Italia durante el Renacimiento y el Barroco.

La tarántula (Lycosa tarentula) es uno de los animales con más mala fama del mundo, injustamente.

Mortal para sus presas, no por su veneno, sino por sus mandíbulas y la precisión para alcanzar justo el centro de las transmisiones nerviosas cerebrales de sus victimas, insectos por lo general, para el ser humano es prácticamente inofensiva, pues su picadura sólo provoca una sensación de dolor local que puede ser intensa, aunque remite en poco tiempo.

Sin embargo, esta araña de aspecto siniestro ha sido asociada durante siglos en buena parte de Europa con graves trastornos físicos, que llegaban a ocasionar incluso la muerte. Las descripciones de los males ocasionados por las tarántulas coinciden en señalar que a una primera sensación de dolor no especialmente agudo y a medida que pasaban las horas, una intranquilidad creciente, que derivaba en dificultades respiratorias, convulsiones, desmayos y auténticos ataques de locura que, si no eran convenientemente tratados, producían la muerte del paciente.

Nada de esto puede asociarse con la picadura de una tarántula, aunque sí con la de otra araña, de mucho menor tamaño, con la que comparte hábitat. Se trata del Latrodectus tredecimguttatus, que inyecta en sus víctimas una sustancia química, el alfa-latroxina, que puede llegar a provocar graves perturbaciones en el ser humano, similares a las que durante mucho tiempo se adscribieron a las producidas por su inocente vecina.

Hoy ningún médico acepta el tarantismo como una enfermedad, pero en el siglo XVIII era una enfermedad "real" y se curaba con música o al menos así lo aseguraban varios médicos de la época.

Por ejemplo la carta del médico de la villa de Daimiel, don Mariano Candela y Ayala de 1783 en la que narra:

"Manuel de Córdoba, de esta vecindad, en el verano pasado del 1782, durmiendo en la era le mordió, al parecer, la tarántula. Despertó con un agudo dolor en el cuello, como acontece a los que tienen mal puesta la cabeza. Volvíase al otro lado, y no pudo por la tirantez de las cuerdas del cuello. Empezó a sentir fatigas y congojas, diciendo que se moría. Trájose a este pueblo, y habiendo sido llamado. le encontré con bastante inquietud, pulso retraído, vientre algo inflamado, dolor en la región renal, ardor y dificultad de orinar. Todo este cúmulo de síntomas por de pronto me hizo suspender el juicio, no pudiendo persuadirme de mordedura venenosa juzgando por otra parte, ser aparatos de una grande enfermedad.

Me contenté solo con mandarle aplicar al vientre unos paños de vino y manteca, y unas lavativas laxantes hasta volver, y si necesitaria o no alguna evacuación de sangre. Pasadas menos de dos horas, como la diez de la mañana, me avisan que vaya corriendo, que se muere el enfermo. Mandé la Unción mientras llegaba, pues estaba confesando. En este intermedio llamaron las mujeres a un pintor que vive aquí llamado Fulgencio, que fue a tocarle la guitarra. Fue, y cuando yo llegaba a ver al enfermo, me dice que ya está bueno, y de fidedignas personas que le vieron bailar es como se sigue el relato.

Principió con fandango, seguidillas y otros sones, permaneciendo quieto hasta que tocó el de la tarantela, que es mixto de fandango y folías, y sin reparar en cosa, tiró de la ropa y principió a bailar con tanta ligereza y sin perder el compás, que no lo ejecutará el más diestro bailarín, riéndose la gente de ver bailar a un hombre que jamas le habían visto bailar y llevar el compás con tanta perfección.
El tocador le daba golpes de otro son; y al primero paraba hasta que volvía la sonata. Se repitió en la tarde habiendo sosegado al mediodía, hasta cuya hora duró la sonata, tomando caldo y alimentandose; y en la mañana siguiente, aunque toco el pintor, no tenia ganas de bailar, y hoy está bueno. Como de noche fue la mordedura, no se puede saber que tarántula fuese. En el cuello no hubo inflamación, sí solo una lentejuela encarnada".

Por otro lado el doctor Francisco Xavier Cid, académico de la Real Academia Médica Matritense, socio de la Real Sociedad Vascongada, medico titular del cabildo de Toledo y de su arzobispado, escribió un libro en el que trataba de demostrar que el tarantismo existía en España, curándose con música al igual que desde antiguo se hacia en la Puglia, Italia.

En su libro, "Tarantismo observado en España", Madrid 1787, cuenta que en La Mancha:

"han ocurrido frecuentes casos de haberse muerto muchos envenenados, por la tarántula, en poblaciones grandes por no haber habido quien tocase la tarantela o llegado tarde el que la había de tocar, aunque ya se han dedicado a aprenderla los aficionados a la música de la dicha provincia; que el ciego de Almagro está instruido en todas las tarantelas que se tocan en el país, pero la particular que él esa es, sin comparación, mucho más eficaz que las demás, porque en llegando a tiempo, esto es, que el veneno no se haya difundido por todo el cuerpo, o que no se haya altamente arraigado en alguna entraña, es curado el enfermo pronta y seguramente".

En cuanto al ciego de Almagro muchos médicos, boticarios, cirujanos, escribanos, alcaldes, sacerdotes y numerosos vecinos, testigos de sus portentos, atestiguaban sin reparos que resucitaba a los muertos con sus jotas, fandangos, seguidillas y otras sonatas, aunque donde más se veía su eficacia era en el tratamiento de las picaduras de las arañas negras, barrigudas como granos de uva, conocidas como tarántulas o tarantelas, que producían aquel mal tan odioso.

Los efectos que durante siglos se atribuyeron a la picadura de la tarántula era el de la caída del afectado en un estado general de melancolía, que solía relacionarse también con algún tipo de decepción amorosa, hasta el punto de que había mujeres que fingían haber sufrido la picadura de una tarántula para someterse al remedio que por entonces se consideraba más eficaz, la cura de tarantismo.

Identificado el problema (habitualmente, una mujer joven que caía en un estado de sopor melancólico), se invitaba a un conjunto de músicos a la casa de la paciente. Los músicos se situaban en torno a su lecho.

En un momento dado, la paciente se levantaba y empezaba a bailar frenética y lúbricamente al ritmo de la danza, hasta terminar cayendo agotada otra vez sobre la cama. Volvía el estado de sopor. Volvían los músicos a tocar su lenta melodía, y el proceso se repetía, con sólo algunas breves paradas para comer y dormir, durante días, hasta que se consideraba que la paciente recuperaba la normalidad, y se la daba por curada.

Hasta hace no mucho, estas sesiones seguían celebrándose en la región de Nápoles y la Apulia, al sur de Italia, y es una de las prácticas de musicoterapia más antiguas que se conocen.

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