lunes, 6 de agosto de 2012

Prostitución II



Etrusco_tumba de los toros
En la antigua civilización etrusca se conocía y admitía la prostitución, hasta el extremo de aceptar que muchas jóvenes formaran su dote con los fondos que recaudaban con su ejercicio.

La prostitución etrusca se manifestaba en la forma hospitalaria y se ejercía en los bosques de laurel y mirto que rodeaban las ciudades, mientras que existía otra reglada o consentida y que tenía por escenario los arrabales de las mismas, especialmente los que rodeaban los puertos y permitían un fácil contacto con los extranjeros.

En la Roma primitiva, las prostitutas eran poco numerosas, estaban excluidas de la sociedad romana, se les prohibía llevar el vestido de las matronas, signo de la mujer decente, y debían vivir confinadas en los rincones más oscuros de la ciudad, no podían casarse y llevaban un distintivo.

En el año 149 a.C. la Ley Scantinia de Nefanda Venere sancionaba no solamente a las mujeres que se prostituían, sino que también incluía a los pederastas.

En el 180 a.C. Marco Aurelio pone los cimientos en la reglamentación. La prostituta debía llevar su licencia "stupri" que sería la marca de la indignidad e infamia hasta su muerte.

Poco a poco se las fue organizando mediante un control muy severo, las prostitutas debían registrarse, lo que constituye un antecedente de las prácticas actuales.

Además de ser vigiladas por censores, debían pagar a éste el impuesto vectigal creado por Calígula equivalente a la octava parte de su ganancia diaria, con lo que engrosaba el fisco.

Decía Catón el Viejo que "es bueno que los jóvenes poseídos por la lujuria vayan a los burdeles en vez de tener que molestar a las esposas de otros hombres".

Existía una gran promiscuidad fuera del matrimonio y las costumbres dictaban que el hombre casado podía mantener tantas relaciones sexuales como quisiera.

Los ciudadanos con más poder y más esclavos podían destinar una parte de éstos para el sexo, independientemente de la edad que tuvieran y de su sexo.

Las inscripciones pompeyanas y los textos legales de Ulpiano y Justiniano excluyen del concepto de prostituta a las adúlteras pasionales y las que poseían un amante, pero incluyen, en cambio, a las que ejercían clandestinamente.

Sea como fuere, es general entre los jurisconsultos romanos que el precio por sí solo no define la prostitución, considerando como mujer honesta a la que supiera guardar las apariencias.

La prostitución era ya algo habitual y había nombres distintos para las mujeres que la ejercían  según su estatus y especialización.

Cuadrantarias, eran llamadas así por cobrar un cuadrante (una miseria).

Felatoras, eran practicantes expertas de la fellatio (mamar), el acto más degradante.

Prostituta, era la que entregaba su cuerpo a quien ella quería.

Pala, la que aceptaba a cualquiera que pudiera pagar el precio demandado.

Meretrix, la que se ganaba la vida por sí misma sin ningún intermediario.

Prostibulae, la ejercía donde podía sin pagar impuestos.

Ambulatarae, las que trabajaba en la calle o en el circo.

Lupae, las que ocupaban los bosques cercanos a la ciudad.

Bustuariae, la que ejercía en los cementerios.

Delicatae, las que contaban entre sus clientes a senadores o generales.

Los prostitutos masculinos esperaban en las esquinas de los baños a mujeres que solicitaran sus servicios.

Según la jerarquía romana de la degradación sexual, un hombre sospechoso de practicar cunnilingus a una mujer se rebajaba más que uno que fuera penetrado por otro hombre.

Se le imponía el estatus legal de infame, al mismo nivel que prostitutas, gladiadores y actores, lo cual le impedía votar y representarse a sí mismo ante un tribunal.

Ya en la época de Trajano, se calculaba que en Roma había más de 30.000 prostitutas censadas que vivían en las afueras de la ciudad, y a éstas había que agregar varios millares de "paseantas" no fichadas, que practicaban la prostitución libre.

Con el advenimiento del cristianismo, comenzó la lucha contra la prostitución.

Diocleciano, Anastasio I y Justiniano trataron de poner un dique a las costumbres licenciosas de la época, ayudando a la rehabilitación de las mujeres caídas, mediante la destrucción de los registros donde constaba su posición infamante, y la anulación de las incapacidades que pesaban sobre ellas.

La nueva religión condenó la corrupción e hizo conocer el dogma del pecado mediante el cual se predicaba una moral muy severa que honraba la castidad y la continencia, y sancionaba la monogamia como ley sagrada.

Las reformas más importantes de la nueva iglesia se realizaron en el terreno del sexo.

El paganismo había tolerado a la prostituta como un mal menor y necesario; la Iglesia Católica las atacó sin concesiones e impuso un patrón único de moralidad para ambos sexos.

Un fracaso, ya que la prostitución continuó su camino en el ocultamiento y el disimulo; sobrevivió pese a tener que franquear barreras éticas y morales totalmente nuevas.

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