Y poniendo las manos sobre la cabeza del otro animal elegido, al que llamaba Azazel le imputaba todos los pecados y abominaciones del pueblo israelita.

Luego de esta ceremonia, era devuelto al campo por un acólito y abandonado a su suerte, en el valle de Tofet, donde la gente lo perseguía entre gritos, insultos y pedradas.
Por extensión, la expresión chivo expiatorio adquirió entre nosotros el valor de hacer caer una culpa colectiva sobre alguien en particular, aun cuando no siempre éste haya sido el responsable de tal falta.
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