sábado, 11 de julio de 2009

Diógenes el Cínico

Diógenes de Sínope, (413-323 a.C), se caracterizaba por la ingeniosa manera de burlarse de las cosas y de los hombres, despreciando sistemáticamente todas las normas sociales, interpretando así la máxima: “Vivir de acuerdo con la naturaleza”.

Al igual que su maestro Antístenes, Diógenes reconocía que era necesario entrenarse para adquirir la virtud, la impasibilidad y la autarquía. Y, como su maestro, tomaba como modelo a Hércules, quien vivió según sus propios valores.

Preguntándole de dónde era, respondía: Ciudadano del mundo.

Ridiculizaba la nobleza de cuna, la fama y distinciones similares. La verdadera ciudad es el universo. No reconocía el matrimonio, sino la unión libremente consentida entre hombre y mujer


Relata Teofrastro en su Megárico que, observando en cierta ocasión a un ratón que correteaba sin rumbo fijo, sin buscar lecho para dormir, sin temor a la noche, sin preocuparse de nada de lo que los humanos consideran provechoso, descubrió el modo de adaptarse a las circunstancias.

Así solía decir, señalando al pórtico de Zeús y al Pompeyon, que los atenienses le habían provisto de lugares para vivir.

La tradición prefiere recordar a Diógenes viviendo en un tonel, desprovisto de posesiones, aguijoneando como un tábano a sus conciudadanos en los espacios públicos.

Exponente de la tradición socrática, Diógenes estima que solo puede ser dueño de sí mismo quien toma a la sabiduría como única moneda de buena ley y por ella está dispuesto a cambiar todas las demás cosas.

Como Sócrates, que pasea por el mercado y exclama “Cuántas cosas hay que no necesito”, Diógenes sabe que solo es pobre quien desea más de lo que puede adquirir.

Admirábase de los esclavos que viendo la voracidad de sus amos no les hurtaban de la comida.

Loaba mucho a los que pudiendo casarse, no se casaban; a los que pudiendo abusar de los muchachos, se abstenían de ello y a los que teniendo oportunidad de vivir con los poderosos no se acercaban a ellos.

Decía que debemos alargar las manos a los amigos con los dedos extendidos, no doblados.

Proclamaba que los dioses habían otorgado a los hombres una vida fácil, pero que éstos lo habían olvidado en su búsqueda de exquisiteces, afeites, etc. Por eso, a uno que estaba siendo calzado por su criado, le dijo: No serás enteramente feliz hasta que tu criado te suene también las narices, lo que ocurrirá cuando hayas olvidado el uso de tus manos.

A los que le aconsejaban salir en persecución de su esclavo fugitivo, les replicó: Sería absurdo que Manes pudiera vivir sin Diógenes y Diógenes, en cambio, no pudiese vivir sin Manes.

Así Diógenes derriba uno a uno los valores encomiados por la civilización: impugna el trabajo, la propiedad (incluso la de mujeres e hijos), la lógica del honor y la vanidad expresada en la profusión de objetos, palabras e indumentaria.

Observando cierta vez un niño que bebía con las manos, arrojó el cuenco que llevaba para beber, diciendo: Un niño me superó en sencillez.

Igual que los perros, hacía sus necesidades en la calle y aún en las gradas de los Templos. Muchas veces los ciudadanos, indignados, lo molieron a palos.

Solía hacerlo todo en público, incluso el acto sexual.

Al ser iniciado en los misterios órficos, y como el sacerdote aseguraba que a los admitidos en los ritos les esperaban innumerables bienes en el Hades, le replicó: ¿Por qué, entonces, no te suicidas?.

Pensaba que, cuando observaba a los pilotos, a los médicos y a los filósofos, debía admitir que el hombre era el más inteligente de los animales; pero que, cuando veía a intérpretes de sueños, adivinos y a la muchedumbre que les hacía caso, o a los codiciosos de fama y dinero, pensaba que no había ser viviente más necio que el hombre.

Repetía de continuo que hay que tener cordura para vivir o cuerda para ahorcarse.

Cuenta Diogenes Laercio que, cuando Platón vio a Diógenes lavando lechugas, se acercó calladamente y le dijo: Si estuvieras en la corte de Dionisos, no estarías lavando lechugas, y que Diógenes, respondió: Si lavaras lechugas, no precisarías seducir a Dionisos.

El relato confronta dos pensamientos opuestos: lavar lechugas o adular a los tiranos.
Diógenes no duda un instante acerca de cual de los dos salvaguarda su libertad.

A una mujer postrada ante los dioses en actitud ridícula, queriendo liberarla de su superstición, se le acercó y le dijo: ¿No temes, buena mujer, que el dios esté detrás de ti (pues todo está lleno de su presencia) y tu postura resulte entonces irreverente?.

A quien le decía que la vida era un mal, le decía: No la vida, sino la mala vida.

En un banquete algunos le echaron huesos, como a un perro: Diógenes, comportándose como tal, les orinó allí mismo.

Asistiendo a una lección de Zenón de Elea en la que negaba el movimiento, Diógenes se levantó y se puso a caminar.

Siendo invitado a una lujosa mansión, se le advirtió que no escupiese en ella, tras lo cual arrancó una buena flema y se la lanzó a la cara del dueño, diciéndole que no le había sido posible hallar lugar más inmundo en toda la casa.

Solía decir, que es preferible la compañía de los cuervos a la de los aduladores, pues aquéllos devoran a los muertos; éstos, a los vivos.

Afirmaba también que las cosas de mucho valor tenían muy poco precio, y a la inversa, pues una estatua alcanzaba un elevadisimo precio y en cambio la harina era barata.

Cierta vez que nadie prestaba atención a una grave disertación suya, se puso a hacer trinos, y cuando la gente se arremolinó en torno a él, les reprochó el que se precipitaban a oír sandeces y, en cambio, tardaran tanto en acudir cuando el tema era serio.

Decía que los hombres competían en cocearse mejor y cavar zanjas, pero no en ser mejores.

De las narraciones de Laercio se infiere que los discípulos de Diógenes menospreciaban el dinero.

Crates, discípulo de Diógenes, recibe un puñetazo de Nicódromo y no responde con otro puñetazo, ni lo reta a duelo, ni pide a un tercero que lo defienda, simplemente se pega un cartel en la frente que reza: “Nicódromo lo hizo”.

Diógenes escribió varias obras, que desafortunadamente se han perdido.

Murió en Corinto, circulando una leyenda según la cual sus últimas palabras fueron: Cuando me muera echadme a los perros. Ya estoy acostumbrado.

Algunos afirman que se suicidó conteniendo el aliento; otros que falleció por las mordeduras de un perro; y otros que murió como consecuencia de una intoxicación por comer carne de pulpo cruda.

De todas formas era un hombre anciano, pues contaba con 90 años.

Dejó órdenes estrictas para que después de muerto lo arrojaran en una zanja y esparcieran cenizas sobre su cadáver, escribe Laercio.

Diógenes Laercio: Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos ilustres.


Cabe destacar que algunos investigadores contemporáneos han llegado a afirmar que Antístenes no tuvo nada que ver con la fundación de la escuela cínica y que la relación Antístenes-Diógenes fue un invento para mostrar una descendencia socrática de este último que no era real.

Según estos autores, el fundador de la Escuela Cínica habría sido Crates, quien tomó como modelo a Diógenes.

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